La importancia de saberlo todo

Se hizo parte de nuestro vocabulario corriente la expresión “deber a las once mil vírgenes”, parafraseando a un célebre humorista español para referirnos a un individuo endeudado hasta la coronilla. La frase salió inesperadamente a relucir cuando alguien dijo que este Gobierno le debe a las once mil vírgenes. Una nueva y multimillonaria deuda -esta vez a los transportistas- se suma a las que agobian a Correa y los suyos, haciéndonos saber, sin pretender ser expertos en la materia, que nuestro empobrecido país sigue firmemente su rumbo al infierno.

Suena perverso suponer que esa arquitectura del desastre llamada < Revolución Ciudadana> haya previsto e impulse en sus últimos meses de gobierno la debacle que se anuncia por sí sola. Para ello bastaba incrementar su desgobierno. Algo sencillo, en verdad. Al margen de los beneficios que los actos de corrupción generarían a los corruptos, aparecería siendo buena estrategia comparar los primeros años de bonanza petrolera del régimen con la aflictiva situación que le espera al próximo gobernante. El futuro gobierno, ejercido o no por un , cargaría con la culpa de ese predecible momento. En casos como este, la filiación del nuevo gobernante carecería de importancia para un presidente saliente y ególatra, que sueña con volver al poder una y más veces, eternamente si fuera posible, por falsas que sean las razones para ello.

Pero ¿son once mil las vírgenes acreedoras? ¿No es, acaso, una deuda contraída con todo el país? Y no aludo a endeudamiento financiero, sino a la gran deuda histórica y ética que cada día asoma su mazo con las denuncias ciudadanas sobre la corrupción que habría predominado en la administración revolucionaria del siglo XXI. Nos resulta complejo decidir cuáles de esas vergonzosas denuncias merecen nuestra mayor atención. Sin embargo, es preciso conocerlas a ciencia cierta. Mientras más sepamos de sus falencias, más libertad tendremos de emitir con acierto nuestro juicio. Saber la verdad de los hechos, identificar a todos sus implicados, liberará a cientos de miles de ecuatorianos de la oscuridad que hoy padecen y les hará acudir con convicción ciudadana a las urnas. Todavía hay gente embelesada por su propia ignorancia y en espera de la dicha prometida. Es, pues, un deber cívico de la clase política hacer saber al país la corrupción denunciada por algunas voces valientes. Aquella sentencia proclamando que “la verdad os hará libres” es cierta y, además, garantiza el éxito democrático desnudar una verdad semioculta y disfrazada de honestidad. Inauguraríamos una nueva etapa histórica.

La prioritaria tarea de reconstrucción nacional a cargo del nuevo gobierno será, por sí sola, agobiante, y daría resultados a mediano y largo plazo. Su éxito está ligado a la lucha contra la corrupción y a la certidumbre de que esta vez será castigada de cara al porvenir y sin apelar a comparaciones ficticias, como ha sido práctica correísta. Quien resulte elegido podrá ser el único y verdadero acreedor... de nuestra gratitud nacional. La hora que se avecina prohíbe flaquezas y eufemismos. Quien llegue a ejercer el poder no solo deberá enfrentarse a las once mil vírgenes acreedoras, sino a un país ansioso por resolver el descalabro al que se lo está llevando.

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