Idolos con pies de barro
¡Qué generación política la del siglo XXI! De Lula alguna vez se pensó que podía gobernar un país de la categoría de Brasil con sensatez y en beneficio de las mayorías, pero termina sus días enjuiciado por corrupción. El cuarto de hora de los Kirchner duró más de una década, al igual que el de Morales, a quien se le empieza a revertir el ciclo de expansión fiscal, despidiendo el inconfundible tufillo del tráfico de influencias. Chávez le dejó, literalmente, el muerto a Maduro quién, cual fiel practicante del socialismo, concluyó la destrucción de Venezuela. Y el nuestro, bueno, ya lo hemos discutido. Esperamos que llegue la fase de profilaxis, que habrá de darse si se quiere aprender las lecciones que deja atrás una mala práctica de gobierno.
El reguero de barro es amplio y profundo. La Sra. Bachelet, heredera y partícipe de los sensatos de izquierda que han gobernado a Chile, regresó cual toro en vidriería para acabar con las derechas, para hallarse hoy al punto de la renuncia por los incontables pecadillos de su hijo y de su ambiciosa nuera. Doña Dilma, que ganó estrechamente las elecciones hace un año, preside hoy un gobierno deslegitimado después de destaparse el asalto que los empresarios del capitalismo oligárquico y alcahuete, y las trincas del poder político armaron contra Petrobras, empresa a la que han quebrado, extendiendo su corrupción a todos los ámbitos de la nación. Doña Cristina habrá de responder a las acusaciones de enriquecimiento injustificado y lavado de activos que se empiezan a urdir contra ella, su finado esposo, y hasta el cajero del banco, hoy convertido en potentado.
Y sigue la cuenta en otras orillas. Francisco Flores, quien hizo un gobierno importante en El Salvador, hubo de fallecer prematuramente antes de enfrentar la pena de prisión, acusado de apropiación indebida de fondos. Ricardo Martinelli, expresidente de Panamá, reputado centimillonario, aparentemente no satisfecho con su enorme fortuna, enfrenta hoy cargos por tráfico de influencias y corrupción, en tanto que su excolega de Guatemala ya guarda prisión.
El conjunto es alarmante, la incidencia es universal. Lord Acton expresó en su epístola de Integridad Histórica que “el poder corrompe y el ejercicio absoluto del poder, corrompe absolutamente”, añadiendo que el poder despótico va siempre acompañado por la corrupción y la inmoralidad, y que los hombres notables son casi siempre gente mala y de cuidado.
Es tal el grado de disfuncionalidad de estas democracias que gobiernos que han perdido legitimidad (Brasil, Venezuela) siguen aferrándose al poder aduciendo que su salida es la destrucción de la democracia que ellos mismos se encargaron de prostituir; quienes se sirvieron del poder para sus propios fines insisten en que han servido al pueblo (Argentina); o quienes fungen de vírgenes son artífices de tramas de corrupción supranacionales (Bolivia).
Es incomprensible que un empresario muy afluente se preste para sinvergüencerías (Panamá); o que el discurso que prima sea el de la deshonestidad intelectual, rayando en estulticia (Ecuador, Venezuela).
Replicaría Cicerón, el más importante estadista romano: “o témpora o mores” - ¡qué tiempos, qué costumbres!
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