Horror en Europa

Hace cien años se libraban o estaban por librarse tres de las batallas más cruentas de la I Guerra Mundial: Verdún, Jutlandia y Somme. La primera, de febrero a diciembre de 1916, costó más de medio millón de hombres a los franceses y casi otro tanto a los alemanes. La de Jutlandia, ante las costas de Dinamarca, enfrentó a la armada británica y a la alemana: 8.500 hombres y una destrucción de seres humanos y máquinas. No se puede recordar, sin estremecimiento, la frase de uno de los personajes de El tambor de hojalata, de Günther Grass, cuando comenta que ese año, después de la batalla, los peces tenían un sabor diferente. Finalmente Somme, de julio a noviembre, entre británicos y alemanes, dejó otra terrible cifra de muertos y lisiados. Un médico neozelandés puso los cimientos de la cirugía plástica, como recuerda un periódico español. Ninguna de las tres grandes batallas logró nada de los objetivos de los respectivos líderes militares que las consideraron decisivas para cambiar el curso de la contienda. Lo que sí se inició fue el desastre de la civilización europea, la pérdida de sus valores de racionalidad, ilustración, respeto a los seres humanos y tolerancia. Las matanzas de los frentes de combate, en tierra y en mar, quitaron a Europa de la sede en que se había erigido como centro de la cultura mundial. Quedaron eso sí sus espléndidos museos y sus ruinas gloriosas, que para un sagaz observador como lo era Nietzsche, no eran sino tumbas vacías de dioses que se habían perdido irremediablemente.

Un nuevo atentado, esta vez en Niza, ha vuelto a poner de luto y aterrorizar a los europeos. No se trata de una guerra de religiones. El Estado Islámico de ISIS no es una religión y sus fanáticos son más dementes perturbados, llenos de resentimiento por múltiples causas, que creyentes convencidos de la integridad de su religión.

Pero ello no implica que el modelo de la civilización que Europa proclama no esté en peligro. Cambiar sus normas, su “savoir vivre” es una pérdida más de identidad en los azarosos caminos de un siglo que recién se inicia.

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