Honor y gloria

Sesenta y dos años nos llevan de la temprana niñez al umbral de la tercera edad. Es el tiempo transcurrido en las vidas de un grupo de compañeros que nos reunimos para festejar las Bodas de Oro de nuestra graduación del colegio San José. Fue un momento grato para encontrar y reconocer a quienes compartieron con uno el tránsito escolar y colegial desde las primeras letras, hasta la antesala de las carreras profesionales que escogimos. Los gestos fueron espontáneamente sonrientes, abundaron las anécdotas, la cordialidad y la camaradería, todas ellas expresiones que jamás serán obsoletas en la sana convivencia que debe primar entre humanos.

El período formativo de la escuela y el colegio es un poderoso determinante del futuro de la persona. La conjunción de familias sólidamente constituidas y de una escuela cuyos gestores son educadores de vocación, pedagogos bien estructurados y, en nuestro caso, maestros sapientes y experimentados (fueren Hermanos Cristianos o civiles – todos de gratísima recordación), constituyen anclajes importantes en la formación de las mentes y la instauración de los hábitos de buena conducta. En el tiempo transcurrido, aquellos actores ya nos dejaron, pero es esta la oportunidad de expresar nuestra gratitud como una colectividad de gente madura y leal. Es también el momento de expresar el homenaje de amistad hacia los compañeros que no pudieron estar porque ya trascendieron, o estuvieron físicamente alejados.

La vida de la persona puede resumirse en una serie de cuadros, muchos recogidos en fotografías descoloridas y en otras de reciente cuño. De entre un grupo de sesenta personas hay quienes fueron triunfadores y se perfilaron desde aquellas aulas. Los que conservaron el liderazgo, los mejores compañeros y presidentes de curso, quienes sin otro motivo que el de conservar la familiaridad puesta a prueba por el tiempo, tomaron para sí la tarea de conservar la cohesión de los compañeros. Los rostros infantiles y de juventud dieron paso a las canas y a los achaques, pero dentro de todo se pudo bailar como para poder exclamar que “nadie nos quita lo bailado”.

El compañerismo es el microcosmos de solidaridad que no requiere de argucias de conveniencia política. Opiniones diversas las hay, pero la confianza mutua se antepone a las diferencias de ideología. Existe un equilibrio emocional palpable dentro del grupo. No hay dependencias económicas o clientelares. Hay la reserva de lo privado y del respeto a las circunstancias de cada cual. Suscita sonrisas ver serios a los “chistosos” de antaño, y oír cómo hoy, con el paso del tiempo, pueden analizar sus propias travesuras. No hay superficialidad, cada cual aprendió a vivir su vida en forma honorable, con sus triunfos y derrotas. Matrimonios felices en unos casos, reincidentes en otros, y no existentes en unos cuantos. Hay profesionales de nota, quienes han hecho noticia más allá de su círculo familiar.

Es la vida. Aquella para la cual nos preparó esa experiencia común. Por ello, con sentimiento de pertenencia podemos expresar las estrofas del himno al colegio y decir a viva voz: “Honor y gloria al colegio, que en sus años de existencia, en la virtud y en la ciencia - nos formó”.

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