Guerra fria

En plena Guerra Fría el gobierno norteamericano le pidió a un grupo de universidades recomendaciones para evitar una guerra nuclear con la Unión Soviética. Así se organizó en 1984 un comité con académicos, autoridades y empresarios, todos expertos en seguridad, conflicto, armamento, negociación o diplomacia.

En una esquina estaban los que pensaban que la Guerra Fría llegaría pacíficamente a su fin, mientras del otro lado estaban los convencidos de que una guerra nuclear de escala global era inevitable.

Por acá escuchamos a quienes creen que Lenín Moreno es más de lo mismo, advirtiendo un largamente anticipado descalabro económico, mientras otros advierten que vivimos tiempos de cambio y que pronto se vislumbrarán medidas que aun exponiendo los trapos sucios del correísmo, demuestren que Lenín no es Correa.

En 1984 decían de Reagan que era una marioneta descontrolada que reavivaría la guerra contra el comunismo soviético, acabando con el mundo entero. Otros veían en la inminente desarticulación de la Unión Soviética mayores espacios para la negociación y la cooperación. Así de dispersas eran las especulaciones de los supuestos mejores expertos. Incluso cuando en el 1985 Gorbachov empezó a reformar las instituciones soviéticas, los armamentistas siguieron viendo riesgos y advirtiendo que en cualquier momento vendría el bombazo. Finalmente la perestroïka marcó el final de la Unión Soviética y dispersó los miedos de esa tercera guerra mundial, aunque los que entonces pronosticaban la destrucción total sigan hoy seguros de que aún puede llover de aquellas bombas.

¿Quién tenía razón entonces? ¿Quién la tiene hoy? Según la ciencia son los expertos más ponderados, aquellos que se desmarcaban a la vez del pacifismo ciego y del igualmente ciego armamentismo nuclear. Son aquellos que se miden. Lo mismo hemos de decir aquí: a la hora de escuchar especulaciones vale desconfiar a la vez de los más ovejunos de los seguidores apistas como de los más radicales de los detractores del Gobierno.