Panorama. José Andrade sube y baja la escalinata de un cementerio cuya mayoría de tumbas está en el olvido. Al fondo, la calle Julián Coronel.

El guardian de 191 muertos

Cuando arribó al sitio a José Andrade Cumba no le iba bien con el trabajo. Era estibador en los puertos municipales a un costado del río Guayas.

Cuando arribó al sitio a José Andrade Cumba no le iba bien con el trabajo. Era estibador en los puertos municipales a un costado del río Guayas. Eran más los días de espera, que los de oficio. Pero alguien le habló de una opción de trabajo y de que hasta tendría casa.

Con la emoción de su nueva ocupación -guardia de un panteón- hasta sus viejos temores por los ‘muertos’ olvidó.

Les dijo a sus ocho hijos menores de edad que terminarían acostumbrándose al lugar: una casa de caña en lo alto del cerro del Carmen, en un sitio con 191 cuerpos sepultados. No recuerda la fecha exacta que arribó, pero sí el año: 1971. El lugar: el Cementerio de los Extranjeros.

Hace mucho -tampoco recuerda cuándo- la casa se vino abajo, mientras que los hijos cada quien hizo su vida. “Todos son profesionales. Es más, yo vivo en la casa de una de mis hijas”, dice José, quien viaja de lunes a sábado desde Durán para cumplir una labor sobre la que a nadie da cuentas y por la que tampoco recibe sueldo.

“Es que nadie está a cargo del cementerio”, dice este quiteño que arribó a la ciudad de 17 años. Hoy anda por los 85. En su momento, el panteón estuvo administrado por el Centro Ecuatoriano Alemán. El historiador Melvin Hoyos dice que es privado.

“Hay dos familias que me pagan una vez al año o cada mes. El resto de tumbas se están cayendo en pedazo y nadie ve por ellas”.

Fue construido en 1870. Sobre él, el historiador Julio Estrada cita en su ‘Guía Histórica de Guayaquil’, que en 1866 se suscitó “un bochornoso y nada cristiano incidente”, que un extranjero cuyo culto religioso era el protestantismo falleció y cuando su cuerpo iba a ser sepultado en el Cementerio General, se lo impidió.

Algo que motivó a los guayaquileños a pedir al Gobierno la construcción de un panteón para los no católicos. Esto sucedió en 1870, pero recién en 1872 recibió su primer huésped: Joseph Warren Tyler.

También se lo conoce como el cementerio de los protestantes. Ahí está enterrado uno de los primeros evangélicos misioneros que llegó al país.

Hay lápidas de finales de 1800, con apellidos como Von Maack, Tiler, Cremen, Reed, Bloock, Spitz. También hay sepulturas de 1994.

José Andrade llega a cuidar este lugar, que no tiene más de 100 metros de ancho por 200 de largo, entre las diez y las tres de la tarde. Cuando se le pregunta por qué sigue cumpliendo con una responsabilidad por la que nadie paga, responde que no lo tiene claro. “Puede ser costumbre o porque da pena que esto se quede sin nadie que lo vea. Es como dejar solo a tantos muertos”.