Cual golpe, Evo Morales

Evo Morales nunca quiso devolver el poder. Su caso confirma el plan estratégico de los gobiernos cobijados por el denominado Socialismo del Siglo XXI que, inspirado en la Revolución cubana, previó llegar al poder y quedarse 300 años, según la interpretación del correísmo. Su caso también ilustra la inconsistencia de esa estrategia, ahora conocida y predecible. Los electores bolivianos aprendieron de Venezuela y de Nicaragua. Y también aprendió la OEA. O decidió transparentar la información que en otros casos ocultó.

Morales llegó el 22 de enero de 2006 a la presidencia. Los bolivianos sabían que su decisión y la de su aparato era quedarse en el cargo de cualquier forma. Lo supieron en forma irremediable en 2015 cuando se inventó un referendo para cambiar el artículo 168 de su Constitución que prohíbe aspirar a un tercer mandato: “el periodo de mandato de la presidenta o del presidente y de la vicepresidenta o del vicepresidente del Estado es de cinco años, y pueden ser reelectas o reelectos por una sola vez de manera continua”. Ese referendo lo perdió. Su propio Tribunal Nacional Electoral dijo, el 21 de febrero de 2016, que el No obtuvo 51 %. No obstante, Morales recurrió al Tribunal Constitucional, otra institución controlada por él, y así inscribió su candidatura. Bolivia comprobó que para seguir en el poder, Morales podía burlar la voluntad popular.

Esta vez quería un cuarto mandato hasta el 2025. Y como no tenía los votos para ganar en la primera vuelta, y como sabía que perdería si había segunda vuelta, provocó el ya famoso y esperado apagón informático. Lo produjo a la misma hora que se hace usualmente en Venezuela y a la misma hora que ocurrió en Ecuador. Y con una desfachatez impresionante, el Tribunal Electoral de Bolivia dijo que Morales había obtenido más de 10 % de votos que el segundo candidato, Carlos Mesa. No había necesidad de segunda vuelta. El libreto en esos casos es público: declararse ganador. Retar a los opositores a probar que hay fraude. Sacar gente a las calles. Pedir a los observadores que auditen los resultados. En una palabra: consagrar el ‘statu quo’. Todo eso hizo Evo Morales.

¿Qué le falló? La oposición que nunca entró en ese juego y que pidió, apenas supo los resultados, su renuncia. Luis Camacho, el líder de la oposición en Santa Cruz, fue, en ese sentido, mucho más radical que Carlos Mesa. Morales no tuvo espacio para las movidas usuales previstas en el libreto y utilizadas con éxito en Venezuela y Nicaragua: mesas de diálogo y diálogo con agenda abierta. Incluso promesa de nuevas elecciones. Morales no tuvo juego político y el poco margen de credibilidad que le quedaba fue demolido por dos informes, pedidos por su propio gobierno. Uno, de la empresa Ethical Hacking, contratada por el Tribunal Electoral de Bolivia. Y el otro de la OEA. Los dos, en forma contundente, hablan de resultados electorales “viciados de nulidad” y, con perfume diplomático, de fraude. Esto no está en el libreto. Tampoco está que la Policía y las Fuerzas Armadas se nieguen a reprimir al pueblo para mantener atornillado al poder a un tirano.

Ahora Morales, siguiendo el guion, proclama que hubo golpe de Estado. Los golpes los dio él. Llevaba 14 años en el poder y quería quedarse hasta el 2025. No tenía votos y fabricó un fraude. No solo se cae él: se cae lo que quedaba del libreto del socialismo del Siglo XXI. Prevalece Venezuela y Nicaragua, donde Maduro y Ortega tienen alianzas explícitas con las cúpulas militares corruptas y sangrientas. Eso está en el libreto: solo así se sostiene el Socialismo del Siglo XXI.

’Ahora Morales, siguiendo el guion, proclama que hubo golpe de Estado. Los golpes los dio él. Llevaba 14 años en el poder y quería quedarse hasta el 2025. No tenía votos y fabricó un fraude’.