Euforia. La población siria celebra la clasificación de su combinado a una repesca que los mantiene con ilusiones de llegar a Rusia.

El futbol cura las heridas sirias

El país, sumergido en seis años de guerra, encuentra un bálsamo gracias a la clasificación de su selección para jugar una repesca que los acerque al Mundial de Rusia.

Nada es sencillo para Siria, que mantiene vivo el sueño de jugar el próximo Mundial gracias a un gol en el último minuto del tiempo de prolongación. Fue en Irán donde uno de los suyos marcó el 2-2. El tanto lo hizo Omar Al-Soma, un delantero que ha sido dos veces máximo artillero en la liga de Arabia Saudí, un exiliado más en un país que late desde la dispersión. Los sirios deberán jugar ahora una repesca contra Australia. Si supera esa eliminatoria se enfrentará al cuarto clasificado de la Concacaf. Podría darse el caso de un enfrentamiento ante Estados Unidos con un pasaporte para Rusia en juego.

Siria nunca ha jugado un Mundial ni tampoco ha pasado de la primera ronda en la Copa de Asia. Apenas atisbaron el éxito en 1985, cuando Irak los apeó en una eliminatoria para llegar a la gesta ecuménica que se celebró en México y, sobre todo, dos años después al ganar como anfitriones los Juegos de los Mediterráneos en una final en la que superaron a una selección francesa.

Su pasado está pleno de derrotas y su futuro no existía cuando la FIFA decidió no autorizarle a jugar sus partidos en sus habituales sedes de Damasco o Alepo, cuando hace seis años estalló el conflicto bélico. Entonces el fútbol se convirtió en una alegoría del destino del pueblo sirio porque a la selección le costó encontrar refugio.

Primero jugaron en Omán, luego les dijeron que podrían jugar como locales en Catar, en Líbano y en Macao, pero sufrieron sucesivos rechazos hasta que lograron instalarse en Malasia, donde han peregrinado por dos localizaciones durante la actual fase de clasificación. Nadie ha podido ganarles en su eventual hogar malayo y por el camino el equipo se ha fortalecido con el regreso de alguno de sus futbolistas más destacados, que se habían negado a representar a la selección por entender que el fútbol era una marioneta de un régimen acusado de cometer crímenes de guerra contra sus ciudadanos.

Es el caso de Firas Al-Khatib, un delantero que juega en la liga kuwaití, reconocido como el mejor futbolista del país. En julio de 2012 juró que no volvería a jugar para Siria mientras en su país hubiese una sola arma dispuesta para dispararse; en marzo de este año aceptó la llamada de la selección. Su regreso se interpretó en clave política por todas las partes, por más que el jugador insista en que solo quiere cumplir un sueño deportivo. “Vuelvo por una decisión futbolística, no política. El equipo nacional es de la gente, no solo de los políticos y yo quiero ayudar a que mi pueblo sea feliz”, explicó en su regreso. Nació en Homs, una ciudad a medio camino entre Damasco y Alepo, que se convirtió en uno de los símbolos de la guerra por las imágenes de la destrucción y la comparación con lo que fue un próspero enclave. Hace un año se reportaron noticias sobre Jihad Qassad, un excompañero de Al-Khatib en la selección, también de Homs. Había muerto en una cárcel controlada por el régimen.

Locales en un estadio desierto, con casi todos los futbolistas en el exilio, con muchos compañeros muertos o desaparecidos, Siria escribe una inesperada epopeya en la que la FIFA ha jugado un papel singular. Algunos de los jugadores más destacados del país han denunciado lo que entienden como apoyo del máximo organismo futbolístico al régimen de Bashar al-Asad.

La competición liguera no se ha detenido por más que se haya convertido en un paripé, con partidos solo en Damasco y entre reproches de manipulación propagandística. La pelota rueda en un vano intento de que ofrezca pan y circo, pero ahora ofrece una ilusión para un pueblo devastado. Miles de personas olvidaron la miseria de la guerra para congregarse ante pantallas gigantes en Damasco, presenciar el partido y festejar los goles de su selección.