Fumar, ese placer mortal

Queda en el mundo una minoría que fuma incluso con ostentación. Hace poco, me atrajo la actitud de un hombre que reprochaba su mal ejemplo a un sacerdote que iba fumando. La conversación subió de tono y, al advertir que se iba formando un corrillo, el clérigo se metió en una boca de Metro. ¿Jesús fumaría? Cuando llegó el tabaco de América, un Papa que no tenía aún que enfrentarse a las multinacionales tabaqueras condenó el fumar como una forma, lenta pero real, de suicidio. Después, hasta que lo paró Francisco, el Vaticano se enriquecía vendiendo barato ese veneno a los romanos.

Diego Mas Mas

Madrid, España