Fracaso de la migracion libre

El horrendo atentado en Niza contra una multitud que celebraba el Día de la Bastilla, perpetrado por un franco-tunecino, en el que murieron 84 personas y cientos más fueron heridas, dará a la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen, un gran impulso en las elecciones presidenciales de la próxima primavera. No importa si el asesino tenía o no algún vínculo con el islamismo radical. A lo largo y ancho de todo el mundo occidental existe una mezcla tóxica de inseguridad física, económica y cultural que ha ido alimentando políticas y sentimientos antimigratorios, precisamente cuando la desintegración de los Estados poscoloniales a lo largo de la media luna islámica produce un problema de refugiados en una escala nunca antes vista desde la II Guerra Mundial. Durante los últimos 30 años, poco más o menos, un punto de referencia clave de las sociedades liberales democráticas fue su apertura a los recién llegados. Solo los fanáticos no podían entender que la inmigración beneficia a ambos: anfitriones y migrantes; por eso la tarea de los líderes políticos fue mantener las opiniones de dichos fanáticos fuera de las corrientes dominantes y facilitar la integración o asimilación de los migrantes. En los últimos años, los refugiados principalmente huyeron de la persecución extrema o de la inseguridad extrema que ocurre tras la desintegración del Estado. Para este tipo de migrante, los factores de expulsión son los más importantes. Pero la línea que distingue entre quienes son refugiados y quienes son migrantes económicos se hace borrosa con el tiempo. La historia indica que la mayoría de los refugiados no regresan a su país de origen. Se tarda demasiado tiempo para que el sentimiento de inseguridad extrema disminuya; y, durante dicho período, el atractivo de una vida mejor se afianza. Mas, la mayoría de las personas en los países de acogida no distinguen entre migrantes económicos y refugiados. A ambos se los ve típicamente como demandantes de los recursos existentes, no como creadores de nuevos recursos. Esto sugiere tres conclusiones: que el sentimiento antinmigrante no solo se basa en prejuicios, ignorancia u oportunismo político; que la era de los movimientos masivos no regulados de poblaciones está llegando a su fin y que tenemos que aceptar el hecho de que la mayoría de los refugiados que llega a la UE no va a volver a sus países de origen. El camino a seguir es difícil. Los pasos más fáciles son los que aumentan la seguridad de los votantes: un límite máximo en la cantidad de inmigrantes económicos, y un límite para las políticas que conducen a la expectativa de pleno empleo y continuidad de ingresos. Solo si se disminuye la inseguridad económica de los votantes existiría alguna esperanza para las políticas activas que tienen el objetivo de asimilar o integrar a los refugiados, cuyas cantidades no pueden ser controladas directamente por los líderes occidentales. El problema no resuelto es cómo reducir los factores que expulsan a las personas de sus propios países. La restauración del orden y la creación de una autoridad legítima son condiciones previas para el desarrollo económico, y no sabemos cómo se logrará esto.

Project Syndicate