Fernando Insua Romero | ‘Quo vadis’, Ecuador
No he conocido país alguno cuyos ídolos, referentes y actores políticos entren todos al mismo tiempo en descrédito
Quo Vadis (1951), dirigida por Mervyn LeRoy y basada en la novela de Henryk Sienkiewicz, toma su título de una de las preguntas más inquietantes : ‘Quo vadis’? -¿a dónde vas?-. La historia, ambientada en la Roma de Nerón, retrata una civilización que se quema a sí misma mientras su élite discute.
La pregunta no es solo cinematográfica. ‘Quo vadis’ bien podría ser la pregunta del año en Ecuador.
Han pasado ya varias semanas desde la consulta popular y lo que queda es una sensación de desorientación. Roma arde, y no sabemos con certeza si el plan de seguridad continúa, si mutó, o si en realidad existió como política. Diciembre cerró con los peores registros de violencia y robos de la historia del país, y las cifras de 2025 -según el propio ministerio del ramo- muestran que ni “dos millones” de operativos han logrado frenar la espiral.
La desorientación también atraviesa a la oposición. No queda claro si es correísta, si es Reto, si Reto es una máscara, o si el verdadero reto consiste en convencer al público de que se trata de una alternativa democrática. Apenas arrancan y ya exhiben fracturas internas, luchas de poder y un ruido que no construye relato.
No puedo decir que se vea luz al final del túnel. En diciembre terminó de despejarse la nube del escándalo de Progen y, lejos de clarificar, dejó más preguntas que respuestas. El futuro debería ser luminoso, porque a la primera tanda de apagones, el poco piso político que le queda al poder podría temblar con fuerza.
¿Por eso la pregunta correcta ya no es solo ‘Quo vadis’? sino ‘Quo vadimus’?: ¿a dónde vamos nosotros?
Lo que más inquieta no es la crisis en sí, sino la simultaneidad de las crisis. No he conocido país alguno cuyos ídolos, referentes y actores políticos entren todos al mismo tiempo en descrédito sin que luego venga un sacudón mayor. Y eso preocupa. Porque si los actores políticos no detienen su canibalización mutua, el país corre el riesgo de servirse, en bandeja de plata, a fuerzas que sabemos que son peores. Peores que el error. Peores que la incertidumbre.
Y sí, sabemos exactamente a quiénes nos referimos.