Festejar sin caer en el consumismo

Las fiestas de diciembre transforman la vida social de todos. Principalmente las de Nochebuena y Navidad. Ellas han sido modernizadas y sustancialmente reemplazadas, pues bajo los influjos de los nuevos tiempos, especialmente debido al “marketing”, la publicidad y la propaganda, ya no responden ni son lo que eran tradicionalmente.

Hoy son hechos de una particularidad especial. Son procesos en los que predomina un consumismo exagerado que cambia el contenido humano que antes se encontraba en estas festividades. Es cierto que vivimos nuevos tiempos pero estos no deben desnaturalizar los eventos hasta llegar a convertirlos en otra cosa distinta a lo que ellos invocan, sugieren y son.

Los comercios, almacenes y múltiples empresas vinculadas a la actividad económica de esta época están en pleno derecho de aprovechar estos momentos y rituales para vender la mayor cantidad de bienes y servicios. En eso no hay nada censurable, ya que todo negocio se crea siempre con la específica intención de que quienes los emprenden obtengan un beneficio y utilidad económica. Sin embargo, hay que tener el cuidado de que bajo el influjo y la gravitación determinante que ahora tienen las campañas publicitarias y el efectivo mercadeo comercial, estas festividades y sus relaciones sociales no pierdan el valor humano y familiar que ellas siempre han llevado implícito.

Por eso es bueno sugerir que todos los ciudadanos celebren la Nochebuena y la Navidad sin caer en las redes, a veces ineludibles, del frenético consumismo. Solo de esta manera se mantendrá la naturaleza íntima de la celebración.

El consumo es una función normal de la economía. Necesaria para que la producción pueda tener su fase final. Lo grave es cuando se convierte en frenesí obsesivo. Es decir, en ese interés exclusivo por demandar y consumir más de lo que los ingresos permiten. O incluso que se incorpore a lo superfluo e innecesario.

Recuérdese que el 24 y 25 son festividades y rituales en los que el centro de interés para todos es la atención a los infantes. Sobre todo aquellos que por determinadas circunstancias no pueden acceder a un juguete o a una cena. Por eso deben privilegiarse preferentemente los actos de solidaridad hacia ellos antes que el consumismo exagerado. Pero más que nada, que el centro de interés esté en torno a la familia y los niños.