La explicacion de Nebot no alcanza

Jaime Nebot insiste en que el Gobierno no debió eliminar los subsidios al diésel y a la gasolina extra porque afecta a los más pobres. No obstante condenó los actos de caos y violencia en el país y en Quito, auspiciados por líderes indígenas y otros grupos delincuenciales y golpistas. Y lideró la amplia resistencia que se dio en Guayaquil.

Nebot establece, sin embargo, un nexo entre la decisión de eliminar los subsidios, que esto afecte a los más pobres y que esos sectores reaccionen en forma imprevisible. Si se analiza la acción del gobierno de Lenín Moreno, parece evidente que no explicó con suficiente tiempo y pedagogía unas medidas que, ante el panorama fiscal y la imposibilidad de que los asambleístas subieran el IVA, se vio forzado a tomar. El vicepresidente Otto Sonnenholzner, en particular, perdió meses en supuestas mesas de diálogo sin enfocarse en temas y actores clave, como el de los subsidios. Pero el razonamiento de Nebot deja por fuera elementos abiertamente políticos que no se aplican “a los más pobres” sino específicamente a los indígenas. Ellos hacen parte, por supuesto, de las comunidades más pobres del país, pero se mueven, en el discurso y en su imaginario político, por presupuestos de la izquierda más retardataria. Y eso cambia completamente el panorama. No hay cómo olvidar que líderes indígenas como Humberto Cholango, que fue ministro hasta el paro, habla de Fidel Castro como su ‘taita’.

En este punto, la explicación de Nebot luce más electoral que política. Por formación, por edad y por conveniencia, el líder socialcristiano no aprecia que se le descuadren las piezas del rompecabezas que él cree controlar. Nebot privilegia el ‘statu quo’. Pero esta vez lo que el país vio y padeció es un evento totalmente inédito, con una carga desestabilizadora y violenta que cambia el tablero y tiene poco que ver con la defensa de los más pobres.

El país está ante un verdadero ejército de comunidades pobres, dispuestas a provocar caos y violencia porque sus líderes así lo disponen. Y esos líderes no comparten ni los protocolos democráticos ni las leyes de la República. ¿Qué hacer? No carecen de información sobre las causas del déficit fiscal, la deuda externa o la situación económica en general: privilegian la suya. Aquella que construyen con deseos, consignas, ejemplos antojadizos (como el del tractorcito), y prejuicios antiimperialistas. Es la izquierda más recalcitrante que milita en contra de la propia historia y cultura de producción y comercio de sus comunidades. Es la misma izquierda dogmática y fanática que ensalza a Nicolás Maduro, sin hacerse cargo de que Chávez y él arruinaron un país que era un referente en la región. Ahora, la diferencia es que esas comunidades no dudan en aterrorizar a sus conciudadanos y usar la violencia hasta poner de rodillas no a un gobierno, sino al Estado.

Está claro: las comunidades indígenas plantean un problema que va más allá del tino político. Porque quieren imponer a la fuerza sus programas y dictar a los gobiernos sus políticas sin necesidad de ganar en las urnas. Porque quieren disponer a su antojo de los recursos naturales que hay en sus territorios y en ellos implantar sus reglas. Ellos se conciben como repúblicas independientes, al igual que en Guayaquil algunas voces han desempolvado la vieja ambición de un Estado federal.

La explicación dada por Jaime Nebot no resuelve, en absoluto, la nueva realidad política del país que pone en jaque hasta el artículo primero de la Constitución. En él se habla de un Estado unitario y plurinacional...

’...esta vez lo que el país vio y padeció es un evento totalmente inédito, con una carga desestabilizadora y violenta que cambia el tablero y tiene poco que ver con la defensa de los más pobres’.