Estrategia antagonica de Trump

La vergonzosa orden ejecutiva de Donald Trump que prohíbe la entrada a Estados Unidos a refugiados y otras personas de siete países predominantemente musulmanes ha dominado los titulares en las últimas semanas. Pero el daño infligido a la imagen de EE. UU. y a la economía global se verá aún más agravado por las decisiones tempranas de Trump en materia de comercio. En discursos y tuits ha atacado de manera agresiva la globalización. Ha designado al litigador comercial Robert Lighthizer, famoso por su postura proteccionista, para ser el representante de Comercio de EE. UU. Y los otros dos miembros de su triunvirato comercial -el designado secretario de Comercio Wilbur Ross y el asesor comercial de la Casa Blanca Peter Navarro- no son menos proteccionistas que Lighthizer. Muchos norteamericanos de clase trabajadora y de clase media creen que los acuerdos de libre comercio son la razón de que sus ingresos se hayan estancado en los últimos veinte años. De manera que Trump intenta ofrecerles “protección” poniendo a proteccionistas a cargo. Pero Trump y su triunvirato han hecho un mal diagnóstico del problema. El proteccionismo anticuado no impulsará la competitividad industrial estadounidense, pues la globalización del siglo XXI está liderada por el conocimiento, no por el comercio. Imponer aranceles a las importaciones, sin frenar al mismo tiempo el flujo de ideas y propiedad intelectual, es como intentar impedir que el agua se nos escape entre los dedos cerrando el puño. Una estrategia más racional aceptaría las realidades del siglo XXI. Los trabajadores estadounidenses ya compiten con robots en el país y contra trabajadores de salarios bajos en el exterior, de modo que perturbar las importaciones solo creará más empleos para los robots. Trump debería estar protegiendo a los trabajadores individuales, no a los empleos individuales. Los procesos de la globalización del siglo XXI son demasiado repentinos, impredecibles e incontrolables como para depender de mediciones estáticas como los aranceles. Más bien, EE. UU. necesita restablecer su contrato social para que sus trabajadores tengan la oportunidad de compartir las ganancias generadas por la apertura y la automatización global. La globalización y la innovación tecnológica no son procesos llevaderos, de manera que siempre existirá la necesidad de volver a reciclar iniciativas, programas de educación permanente, movilidad y ayuda económica, y transferencias regionales. La globalización siempre ha creado más oportunidades para los trabajadores más competitivos, y más inseguridad para los demás. Es por eso que se estableció un contrato social fuerte durante el período de posguerra de liberalización en Occidente. Entre 1960 y 1970 las instituciones como los sindicatos se expandieron, y los gobiernos asumieron nuevos compromisos para una educación, una seguridad social y una tributación progresiva asequibles. Todo esto ayudó a los miembros de la clase media a aprovechar las nuevas oportunidades a medida que iban surgiendo. En el transcurso de los últimos veinte años esta situación ha cambiado drásticamente: la globalización continuó, pero el contrato social se ha deshilachado. La prioridad de Trump debería ser volver a hilvanarlo, pero sus asesores comerciales no lo entienden. Tristemente, parecen decididos a imponer aranceles que alterarán las cadenas de suministro internacionales, conducirán posiblemente a guerras comerciales y no harán más que acelerar el desplazamiento de la industria estadounidense al exterior.

Project Syndicate