Orgullo juliano. Los guayaquileños viven y asumen de distintas maneras el amor que sienten por la tierra en la que habitan.

Por esto soy guayaquileno

Porque tiene un río, porque aquí nació Julio Jaramillo, porque tiene un malecón, porque aquí juega Barcelona y le hace contra Emelec; porque todas las mañanas hay encebollado y porque los domingos se juega pelota en las calles... Esos fueron apenas un

Porque tiene un río, porque aquí nació Julio Jaramillo, porque tiene un malecón, porque aquí juega Barcelona y le hace contra Emelec; porque todas las mañanas hay encebollado y porque los domingos se juega pelota en las calles...

Esos fueron apenas un ribete de las tantas respuestas que surgieron de una pregunta que recorrió la ciudad cierta tarde reciente en un ejercicio periodístico singular:

¿Qué tiene esta ciudad que te enamora?

Así se intentó indagar de qué manera está hecha esa vena entrañable del sentimiento del guayaquileño hacia la urbe en la que habita.

Hubo reacciones de todos lados. Un mosaico de imaginarios que parten de simples alegorías urbanas como la que vive el migrante que acaba de llegar y tan pronto se siente un guayaquileño más, o lo que experimentan todos, que la detallan con dotes superlativos: la perla más reluciente de todo el Pacífico, una urbe surgida “del más grande e ignoto mar”, que tiene la universidad con mayor cantidad de estudiantes de todo el Ecuador, como lo defiende Johnny Muñoz, uno de sus empleados.

Hasta el ideal de sus habitantes por vivirla como una ciudad-puerto, aunque el espejo en el que refleja sus aspiraciones cosmopolitas no sea un océano, sino apenas un río y un brazo de mar.

Sin embargo, más allá de esas referencias geográficas, en el imaginario colectivo los guayaquileños definen a su tierra como cuantiosa y delirante. Hasta los extranjeros que arriban de todos lados, apoyan esa quimera de ciudad de ultramar.

Un ‘orgullo juliano’, que no se enseña en ninguna parte. No hay aulas a dónde acudir ni mesas en las que se deba rendir examen. En las calles se dice que ser guayaquileño se lo va aprendiendo con la vida.

Pisando las baldosas de la actual regeneración urbana, bajo lluvias intensas o sintiendo ese intenso bochorno propio de los inviernos porteños, mientras se viaja en los apretados buses articulados de la Metrovía.

Ese es el talante de ese sentimiento que nutre la esencia del guayaquileño, cuya emotividad se la pregona en el diario vivir y en sus poemas y en sus himnos populares: “no hay nadie quien te iguale / como hombre de coraje... (para los hombres)”; “linda florcita de primavera / de los jardines la más bonita por ser morena (a la mujer).

Cada uno de los 2’291.000 habitantes de Guayaquil tiene sus razones para estar orgulloso de ella. Cada quien de seguro tiene un motivo para exteriorizar aquel sentimiento.

En lo formal, hay quienes aducen que esa urbe los enamora por sus cerros, como lo asegura Mariuxi Ávila, de la organización Cerros Vivos. O porque su gente, “no se apega a ningún cliché”, como lo sostiene María José Salinas, del restaurante El Colonial.

José Chancay y Gino Molinari, un arqueólogo y un ex concejal, coinciden en una de las bondades del porteño: muy generoso y solidario.

Todos como parte de esos sentimientos que también se exteriorizan en las calles, en la forma en que sus habitantes ‘viven’ a la ciudad en alguna de sus 38.000 manzanas que la conforman.

“En Guayaquil están las mejores comidas: la guatita, el encebollado, la cazuela, el bolón, el bollo... Además, porque los guayacos somos más sabrosos”, dice Osmar Quimí, un camarógrafo de Ecuavisa.

Una ciudad donde predomina la parcería: si te metes con uno, te metes con todo el barrio. Un lugar donde el acto solidario trastoca el orden social: se quiere tanto al vecino que se pone la música a todo volumen y hasta con altoparlantes de por medio.

El guayaquileño sobreentiende que en su convivencia debe respetar ciertas reglas: así gane o pierda el equipo “igual hay chupa”, que solo los ‘guayacos’ se bajan de la buseta al vuelo, “pie derecho y mirando para atrás”.

Para sustentar su amor por la ciudad, hasta han gestado sus propios ídolos: inalcanzables e inagotables todos.

Con dos de sus equipos de fútbol -Barcelona y Emelec- que nunca ganaron títulos internacionales, pero que se llenan de gloria al ser los equipos con más seguidores en el país.

Con un Julio Jaramillo que en su mejor momento dejó la ciudad por el descontento de sus seguidores, pero que luego de muerto se lo recuerda en cada esquina y sobre el que se dice que “cada día canta mejor”.