Acto. Natalia y Jefferson ejecutan los malabares mientras el semáforo de la av. 17 de Septiembre está en rojo

Esposos le prenden fuego a las noches

Cuando llega la noche, el constante flujo de vehículos se toma la intersección de las avenidas 17 de Septiembre y Quito, en Milagro. El semáforo en rojo es aprovechado para ganarse una propina.

Como en una obra teatral, los focos delanteros de vehículos son cañones de luces blancas y amarillas que alumbran una escena: una pareja de jóvenes malabaristas ejecutan peligrosas maromas con fuego.

Son Jefferson Luna (guayaquileño) y Natalia Moncayo, colombiana, que de esta manera se ganan la vida.

Él tiene 19 años y ella 22. Ahora están en Milagro, mañana en cualquier otra parte del Ecuador. Jefferson y Natalia hacen de “mochileros” y peregrinan por varias ciudades del país ofreciendo su show. En cada lugar, los semáforos son sus mejores aliados a la hora de trabajar.

“He vivido de esto desde los dieciséis años... Cuando vine con unos amigos para acá (desde Colombia) no sabía hacerlo, pero empecé a entrenar y esto es lo que me da de comer”, cuenta Natalia, mientras con un encendedor su marido prende las mechas, camina hacia el centro de la calle y con un fuerte y extendido “¡Buenas nooocheees!” inicia su breve espectáculo.

Jefferson es más novato en el oficio, pues lleva apenas ocho meses ejecutándolo. Sin embargo, es el que más trabaja de los dos. Natalia por lo general cuida de cerca a su hija Ámbar Valentina, de 3 años.

En cada intervalo la mujer ayuda a su esposo humedeciendo las mechas en los botes de gasolina que están junto a sus pies. También prepara los vasos de agua, porque el estar cerca de la candela provoca constante sed y también una que otra quemadura en la piel y ropa.

Natalia y su hija permanecen sentadas observando las maniobras de Jefferson, cuando este se cansa, los papeles cambian por unos minutos; Ella hace su “swing” mientras él retoma fuerzas y regresa a escena. También suelen presentarse juntos.

La pareja se conoció en el sector de Bastión Popular, en Guayaquil, hace unos diez meses. Jefferson observaba cómo Natalia entrenaba con las antorchas prendidas junto a otras personas. Él se acercó, se hicieron amigos y empezaron a salir.

Jefferson perfeccionó en poco tiempo todos los trucos que Natalia le enseñó: el florinete, la mariposa, el flower... pero al mismo tiempo el ‘fuego’ del amor se encendía en ellos.

El espectáculo que estos esposos brindan no tiene precio fijo: algunos pagan por este 0,10 centavos, otros $ 0,25 y unos pocos hasta $ 1,00. También hay otros que no les dan nada. En los días “buenos” logran reunir hasta $ 50. Un día malo bordea los $ 10.

No juegan todos los días porque luego “se quema el faro” aseguran, como otra forma de decir que evitan que los conductores los vean siempre y se aburran. “Hay que dejar para mañana también”, dice Natalia.

Una mochila, algo de ropa y una carpa siempre los acompañan a cualquier ciudad, junto a sus inseparables “juguetes” como ellos llaman a sus herramientas de malabarismo: los botes de gasolina, las antorchas, y otros artefactos.

En todo caso, una mano extendida desde un vehículo al finalizar su corto show de arte callejero les significa un motivo más para seguir juntos y no abandonar este oficio que tanto aman.

Cuando llega la noche, el constante flujo de vehículos se toma la intersección de las avenidas 17 de Septiembre y Quito, en Milagro. El semáforo en rojo es aprovechado para ganarse una propina.

Como en una obra teatral, los focos delanteros de vehículos son cañones de luces blancas y amarillas que alumbran una escena: una pareja de jóvenes malabaristas ejecutan peligrosas maromas con fuego.