Ensenanzas de la eleccion en EE.UU.

La inesperada elección de Trump como presidente de Estados Unidos engendró una industria informal de análisis poselectorales y predicciones, en todo el mundo. Algunos relacionan la victoria de Trump con una tendencia más amplia hacia el populismo en Occidente, y en particular, en Europa (de la que sirve de ejemplo el brexit). Otros hacen hincapié en el atractivo que confiere a Trump ser un “outsider”, capaz de alterar el sistema político en formas que le estarían vedadas a su adversaria, la ex secretaria de Estado Hillary Clinton (una representante cabal del sistema). Pero hay otros factores en juego. Los medios tradicionales, los expertos y los encuestadores no se dieron cuenta del nivel de inquietud económica de las familias de clase trabajadora de los estados clave, por las dislocaciones derivadas de la tecnología y la globalización, así como la sensación de ser ignorados y marginados. Trump fue quien finalmente dio visibilidad a esas personas. El inesperado resultado de la elección estadounidense deja cuatro grandes enseñanzas, aplicables a todas las democracias avanzadas: primero, que el crecimiento vence a la redistribución. Lo que le valió a Trump el apoyo de los votantes fue sobre todo su mensaje económico. La gente quiere tener esperanza en un futuro mejor, y eso se logra aumentando el ingreso, no repartiendo desde el Gobierno una tajada extra del pastel. Segundo, el riesgo que hay en desestimar (o subestimar) a los votantes. Cuando Hillary dijo que la mitad de los simpatizantes de Trump eran un “montón de deplorables” (racistas, sexistas, homófobos, xenófobos, islamófobos), reforzó la impresión de que ella y su partido subestimaban a esos votantes como moralmente despreciables e incluso estúpidos. Tercero: la capacidad de las sociedades para absorber cambios veloces es limitada. Cuando el avance tecnológico y la globalización (o el cambio social y cultural) superan la capacidad de adaptación de las personas, se convierten en algo desconcertante, disruptivo e inabarcable. Y muchos votantes (no solo en EE. UU.) también están preocupados por el terrorismo y la inmigración, en combinación con ese cambio veloz. Por último, el peligro de encerrarse en una cámara de eco ideológica. La afirmación que repiten muchos votantes de Clinton sorprendidos, de que no conocen a nadie que haya votado por Trump, revela hasta qué punto muchas personas (republicanas y demócratas por igual) viven en burbujas sociales, económicas, informativas, culturales y comunicacionales. La gente suele ver información filtrada, así que solo está expuesta a ideas que reflejan o refuerzan las propias. (Corolario: en este mundo conectado – como Trump y Clinton descubrieron – la diferencia entre YouTube y WikiLeaks, entre la gran cadena de noticias y el programa de radio militante, entre fama e infamia, está a un clic de distancia en las manos de algún “hacker”.) Esto reduce la capacidad de la gente para dialogar (o debatir) informada y racionalmente con personas de diferentes perspectivas, valores o intereses económicos (incluso ocurre en las universidades: deberían fomentar la difusión del conocimiento y el debate animado, pero se han vuelto sus censoras). No entablar esos debates (que se prefiera el “espacio protegido” a la discusión fuerte) nos priva de la mejor oportunidad que tenemos para crear consenso respecto de cómo resolver al menos algunos de los problemas apremiantes a los que se enfrenta la sociedad.

Project Syndicate