Pistas. Cerco policial, el 24 de octubre, en el lugar en el que fue secuestrada Jacqueline Veyrac, quien dirige un hotel cinco estrellas en Cannes.

El efimero secuestro de una septuagenaria

Maniatada, con cinta adhesiva tapándole los ojos y la boca, la adinerada Jacqueline Veyrac pasó la semana pasada 48 horas en el suelo de una deteriorada furgoneta Renault Kangoo aparcada en un barrio residencial de Niza.

Maniatada, con cinta adhesiva tapándole los ojos y la boca, la adinerada Jacqueline Veyrac pasó la semana pasada 48 horas en el suelo de una deteriorada furgoneta Renault Kangoo aparcada en un barrio residencial de Niza. Había desaparecido el pasado día 24 cuando salía de su casa, en el bulevar Gambetta, a espaldas del lujoso hotel Negresco, toda una referencia de la Costa Azul.

Nadie imaginó entonces la maraña de siniestros personajes que protagonizaban esta historia, que tiene su origen en 2007. Jacqueline Veyrac, propietaria de negocios turísticos como el Grand Hotel de Cannes, de cinco estrellas, decidió ese año alquilar su restaurante La Réserve, en primera línea de costa, sobre el acantilado, al lado del Club Náutico de Niza.

Dos ambiciosos cocineros habían decidido jugar fuerte y hacerse autónomos. Uno era el italiano Giuseppe Serenna, originario de Turín, el que más dinero propio invirtió en la aventura. El otro, el jefe de cocina Jouni Tormanen, finlandés, premiado incluso por la prestigiosa guía Michelin cuando los dos explotaban L´Atelier du Goût, también en Niza.

La pareja de socios se jugó el todo por el todo en La Réserve. Remodelaron el local, contrataron a 46 personas y se dejaron allí ahorros y préstamos. Dos años después, el cuento de la lechera saltó por los aires. El restaurante entró en liquidación judicial.

“Me arriesgué y me dejé hasta las plumas”, dijo entonces Serenna. “Jugué a lo grande, pero no somos deshonestos. No lo hemos conseguido. Hemos pagado los efectos de la crisis”. Pero las deudas solo recayeron sobre la pareja de cocineros, que intentaron inútilmente revisar el contrato de alquiler con la propietaria, la sociedad SARL La Réserve, de Jacqueline Veyrac.

Desde entonces, arruinados, Serenna y Tormanen no han dejado ni un solo día de diseñar su venganza contra la rica Veyrac. Hace tres años, la mujer ya fue objeto de un frustrado intento de secuestro. Nadie lo relacionó entonces con la fracasada aventura culinaria.

Esta vez, creían haberlo preparado mejor. Involucraron en los preparativos a un fotógrafo de prensa, Luc G., reconvertido en paparazzi y ya con problemas con la justicia por unas fotos robadas de Carolina de Mónaco. Conocido como Tintín, Luc colaboró en los preparativos del secuestro y colocó en el coche de Veyrac un sistema de seguimiento permanente por GPS.

Otro personaje no menos curioso figura entre los siete detenidos: un inglés exmiembro de las fuerzas especiales de Su Majestad. Venido a menos tras su reconversión en fracasado detective, dormía ahora como un mendigo más en una tienda de campaña plantada en pleno Paseo de los Ingleses.

A él le acusan de haber pasado a los secuestradores abundante información sobre los movimientos de la ilustre señora. Desde su privilegiado puesto de vigía en la indigencia, en pleno paseo marítimo, observaba a diario los paseos de la empresaria, sus paradas para tomar café en las terrazas o los movimientos en coche.

Tras encerrarla en la Kangoo a la que habían puesto matrículas falsas, intentaron conseguir un suculento rescate. A pesar de su edad, ella no paró de moverse en la furgoneta, los días 24 y 25 en que estuvo cautiva. Sus vigilantes acudieron al lugar dos veces para volver a maniatarla y, finalmente, un vecino avisó a la policía.

Al ser liberada, tenía heridas en las muñecas y los tobillos. Eran las huellas de sus esfuerzos por quitarse las ataduras.

Hoy, el restaurante La Réserve lo explota otro cocinero, Sébastien Mahuet. En su publicidad, dice que el local “no deja a nadie indiferente”. A partir de ahora, mucho menos.