EE.UU. y China con Trump

la sorprendente victoria de Trump en la elección presidencial de Estados Unidos derribó las certezas que definían la política de aquel país y su imagen ante el mundo. Trump debe encarar ahora los pormenores de la gestión de relaciones exteriores de su país, y puede decirse que ninguna es tan importante como la que mantiene con China. Pero también es la que quedó en terreno más incierto, dado el tenor de la campaña de Trump. El presidente electo puede complicar las relaciones bilaterales. Su primer año de mandato coincidirá con el 19º Congreso Nacional del Partido Comunista de China, que se celebrará en la segunda mitad de 2017. En un mundo ideal, tanto Trump como el presidente chino Xi Jinping querrían mantener estable la relación sinoestadounidense, pero no será fácil, tanto por la retórica sinófoba de Trump, como por los presentes desacuerdos respecto de los reclamos territoriales chinos en el mar de China meridional y las ambiciones nucleares de Corea del Norte; además, la relación bilateral puede verse afectada por disputas internas en EE. UU. respecto de temas como el comercio internacional, el valor del dólar y el proteccionismo. Muchos observadores chinos prevén que Trump enfrentará cuestionamientos de los (ahora atónitos) demócratas y de los republicanos que se opusieron a su candidatura, y su prioridad será ordenar la situación interna. Pero si confunde eso con la idea de “poner a EE. UU. primero”, es probable que surjan más tensiones. Siendo las dos principales potencias mundiales, EE. UU. y China deben hallar el modo de colaborar. El presidente Obama reforzó la presencia militar estadounidense en el vecindario de China, las alianzas de seguridad en Asia, e intervino muy abiertamente en las disputas territoriales en el mar de China meridional. El Gobierno chino ve estas acciones (y el proyectado Acuerdo Transpacífico de libre comercio entre doce países) como un intento de “contener” a China. A la par que EE. UU. rebalancea su estrategia geopolítica en dirección a Asia, China reafirma su presencia global con nuevas iniciativas de seguridad y desarrollo internacional, entre ellas el proyecto “un cinturón, una ruta”, que vinculará la economía china con gran parte de Eurasia. Asimismo, el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura, liderado por China y al que EE. UU. considera una herramienta para desafiar el orden internacional, sigue atrayendo miembros potenciales tan distantes como Canadá, que solicitó unirse en agosto. Esta competencia de suma cero entre EE. UU. y China aumenta la probabilidad de un conflicto entre ambos países. Un punto crucial será el programa norcoreano de armas nucleares. Otro tema de posible conflicto es Taiwán. Lo mejor para el mundo es que la relación sinoestadounidense se mantenga encarrilada, así que los dos países deberían ser más transparentes respecto de sus intereses nacionales. Definir claramente las posiciones les permitirá seguir una política de restricción estratégica y evitar las pasadas tentaciones de apelar a la exhibición de fuerza. Para evitar algo así en lo inmediato, deben analizar la posibilidad de formar un equipo conjunto que incluya funcionarios experimentados de alto rango y expertos destacados de ambas partes, que tracen un rumbo para la relación bilateral en 2017, identifquen conflictos potenciales y recomienden soluciones antes de que las tensiones alcancen un punto crítico. Ante la enorme incertidumbre creada por la victoria de Trump, tiene más sentido que nunca forjar una relación nueva. Colaborar para reformar el orden internacional beneficiará a ambas partes.

Project Syndicate