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Educadores: Hay una pérdida de fe de los jóvenes en el sistema y en la universidad

Miles de alumnos no alcanzan cupos, pero otros ni siquiera lo intentan. Falta de recursos y una creciente desconfianza, entre las causas

Prueba Transformar
Aspirantes a ingresar a la universidad forman columnas para dar el examen Transformar en la Universidad de Guayaquil, el 29 de marzo de 2022Nelson Tubay

Mientras miles de bachilleres recién graduados cada año se quejan de no alcanzar un cupo para estudiar una carrera en la universidad pública, hay otros que ni siquiera lo intentan.

Las cifras oficiales determinan que entre 61.000 y 66.000. colegiales recién graduados dieron la prueba de ingreso a la universidad pública en los últimos dos procesos. Esas cantidades no representan ni la mitad del total de bachilleres de sus respectivas promociones, como lo muestra el siguiente gráfico.

En esa otra mitad faltante están los bachilleres de colegios privados que aspiran a ingresar a una universidad particular o del exterior. Pero también hay alumnos de planteles fiscales.

Si bien expertos en educación sostienen que no todos los bachilleres deben ni pueden ir a la universidad y tampoco habría cupos para todos, las razones por las que muchos jóvenes se autodescartan son múltiples, según docentes y pisicólogos educativos consultados.

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Algunas son obvias y esperadas. Las principales, la falta de recursos económicos de los hogares de esos estudiantes y la consecuente necesidad de ellos de empezar a trabajar para aportar al presupuesto familiar.

Sin embargo, algunos consultados aportan una razón que les causa sorpresa y preocupación: un creciente escepticismo de los jóvenes sobre el estudio y el sistema de admisión.

“Yo siempre les decía a mis alumnos de tercero de bachillerato que siguieran estudiando, que eligieran una carrera para superarse. Pero algunos me respondían, ‘¿Para qué?, si mi primo o mi amigo es profesional y no tiene trabajo’. Ya no creen como nosotros que una carrera les puede mejorar su vida”, lamenta Víctor Varas, maestro por más de 30 años en el colegio Vicente Rocafuerte y también en planteles privados.

La psicóloga educativa Paola Molina, quien labora en el departamento de consejería estudiantil (DECE) de uno de los colegios más grandes de la ciudad, coincide en esa apreciación. Acota que estos chicos ponen como prioridad conseguir trabajo. Y solo piensan estudiar si les permite seguir laborando. “Es como si hubieran perdido la fe en el estudio”, lamenta.

Y el criterio público es simple: que es una pérdida de tiempo porque no te van a dar un cupo

Catalina Cuesta, rectora de colegio

La profesional recuerda que los colegios públicos reciben sobre todo a estudiantes de zonas urbano marginales y rurales, cuyas familias han sufrido en mayor grado el impacto socieconómico de la pandemia.

A ello suman que la virtualidad limitó sus procesos de aprendizaje y los jóvenes, conscientes de ello, no se sienten en condiciones de competir por un cupo para la universidad.

Heraldo Armendáriz, profesor por más de 30 años en colegios porteños y ahora rector de un plantel fiscal, concuerda. Dice que algunos alumnos de escasos recursos ven cómo otros compañeros pagan cursos de preparación para el examen y aún así no logran un cupo. Por lo que ellos ni siquiera intentan rendir esa prueba.

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Catalina Cuesta, rectora de la unidad educativa particular Visión, expresa que entre algunos chicos crece la percepción de que el trámite para ingresar a la universidad pública es estéril. “El proceso de admisión es engorroso, con exceso de requisitos y tiempo limitado. Y la percepción es que es una pérdida de tiempo porque no te van a dar un cupo”, explica.

Hay, asimismo, casos de jóvenes que sufren en el camino alguna situación personal: embarazos no previstos, enfermedad grave o deceso de algún familiar, accidentes que les causan alguna discapacidad, etcétera, que los alejan o retrasan su ingreso a la universidad.

Pero las cifras demuestran que entre los aspirantes a ingresar a la educación superior pública, en cada nuevo proceso de admisión los bachilleres recién graduados son un grupo que se ha vuelto minoritario.

“Yo siempre les decía a mis alumnos de tercero de bachillerato que siguieran estudiando, que eligieran una carrera para superarse. Pero algunos me respondían, ‘¿Para qué?, si mi primo o mi amigo es profesional y no tiene trabajo’

Víctor Varas, exprofesor del Vicente Rocafuerte