Dolor y solidaridad
La historia ha querido que viviésemos la tragedia humana acaso más grande que ha vivido nuestra nación desde que es tal y esta vivencia tiene que ser también enfrentada, confrontada por la educación a fin de que la experiencia sirva para generar lección de vida.
Bien sabemos que hay escuelas pedagógicas que quieren formar al niño e incluso al joven, en una burbuja de alegría y felicidad en la que ni siquiera el “no” exista, como si esa fuese la vida. Nosotros por el contrario, creemos que el niño y el adolescente tienen que tomar de la vida todas y cada una de sus lecciones para ir aprendiendo a configurar la propia personalidad y fortalecer el temperamento y la voluntad.
Si queremos ayudar y formar a nuestros niños y jóvenes, no podemos descartar el abordar el dolor causado como un eje transversal en nuestros procesos formativos: el dolor del que lo perdió todo, el dolor del que quedó sin familia, el dolor de aquel que no tiene dónde..., ese dolor en fin, que no solo debe ser respetado sino procesado en la mente de los ecuatorianos para poder asumir y salir del duelo nacional.
En efecto el niño y el joven tienen que saber la realidad de lo ocurrido, sus dimensiones y consecuencias, pero no para sufrir un dolor amargo y resentido que se quede en el porqué, sino más bien para generar ese dolor que impulse al abrazo, al encuentro entre connacionales, a la solidaridad entre todos.
Educador que se estime debe trabajar durante este tiempo en ese eje transversal, entendiendo que fortaleciendo el alma de niños y jóvenes vamos también preparando el terreno psicológico para enfrentarnos y ser fuertes ante la catástrofe, ante aquello que de repente nos llena de impotencia y nos ocurre sin explicación aparente.
El dolor y la solidaridad tienen que presentarse desde las clases de música hasta las de matemáticas, desde la oración y el acompañamiento espiritual a los jóvenes y niños de Manabí, de Esmeraldas, hasta de ser posible a las contribuciones ordenadas y organizadas por los adecuados canales.