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Mujeres. Finalmente, Leonidas Iza tuvo que resignarse a ceder el protagonismo de la marcha a la vicepresidenta Yasacama y a las mujeres indígenas.Karina Defas /Expreso

Cuando la disidencia se vuelve oficial

La Conaie se suma al Día de la Mujer sin renunciar un ápice a su misoginia. El discurso irrebatible de la víctima la avala

Nadie protestó. Nadie dijo una palabra. A nadie le pareció un abuso. Si cualquier otra organización, gremio o sindicato tuviera la luminosa idea de manifestarse el 8 de marzo para presentar sus demandas, sería cancelado de inmediato por oportunista. Pero he aquí que Leonidas Iza, el presidente de una de las organizaciones más misóginas de la República, decide de buenas a primeras apropiarse del Día de la Mujer para imprimirle un carácter completamente distinto del que tiene en el calendario político nacional. Y nadie, ni siquiera las más radicales feministas, dice una palabra. No públicamente, al menos. Parece que alguna negociación hubo tras bastidores y finalmente no se convirtió el Día de la Mujer en Día de la Conaie, como se esperaba. Que la convocatoria era para las mujeres de esa organización, se trató de justificar, pero no fue eso lo que Leonidas Iza había anunciado ese 24 de febrero en que presentó el calendario del nuevo estallido que prepara. La idea era la de siempre: una marcha, como las de toda la vida, para reafirmarse en sus diez demandas de junio, entre las cuales no hay una sola que tenga que ver específicamente con las mujeres. El caso es que tocó enmendar: violentando su propia naturaleza, Iza cedió el protagonismo a su vicepresidenta Zenaida Yasacama, y se conformó con el prudente perfil bajo que normalmente le ha sido reservado a ella.

Un Encuentro de Mujeres Indígenas se celebró en la Casa de la Cultura. En un acto completamente ritualizado, con círculo de flores en el piso, ceremonia de purificación y quema de sahumerio, Leonidas Iza escuchó las demandas que le presentó una vehemente oradora. Cierto que lo trató con una displicencia a la que él no está acostumbrado. Pero nada le dijo sobre el fraude que lo llevó a la presidencia de la organización, violentando una resolución del congreso de la Conaie que imponía un criterio de alternancia de sexos según el cual correspondía a una mujer ocupar ese cargo. Las candidatas Rocío Cachimuel y Patricia Gualinga quedaron en el camino. Pero eso parece no importar a nadie ahora.

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La reciente adscripción de la Conaie al movimiento feminista tiene sus inconsistencias. En un reciente artículo publicado en el portal digital Plan V, José Julián Estrella le pone cifras a la situación de desigualdad que viven las mujeres de las zonas rurales. Todos los indicadores son peores ahí que en las ciudades: siete de cada diez mujeres campesinas son víctimas de violencia, mientras el promedio nacional es de seis; 27 horas semanales más que los hombres trabajan las mujeres en el campo (en las ciudades, 14); solo el 26 por ciento de ellas tiene acceso a créditos agrícolas y solo poseen el 26,4 por ciento de la tierra en superficies menores a dos hectáreas. Eso por no hablar de una vida sexual marcada por la iniciación temprana y la maternidad forzada. En ningún sector del país los postulados del feminismo están más lejos de alcanzarse que en el mundo indígena. Y la Conaie, el organismo que lo representa, no lo tiene asumido ni en palabras, mucho peor en hechos. No se conoce de una sola política que haya sido diseñada por la organización para cambiar este estado de cosas. Más aún: si uno revisa sus documentos oficiales y la información que comparte en redes, el problema de las mujeres indígenas parece no existir.

Sin embargo, un buen día, el presidente de la Conaie decide sumarse a (ya que no le funcionó la idea de apropiarse de) la marcha del 8 de marzo por el Día de la Mujer. Y los movimientos feministas que la organizan no tienen ni siquiera un comentario. ¿Cómo se explica esta complicidad?

Lo primero que se puede pensar es que la izquierda ‘woke’ (término anglosajón que sirve para designar al conjunto de movimientos con reivindicaciones identitarias) es irreductible a la autocrítica. El problema de fondo tiene que ver con un concepto central en la ideología de este progresismo posmoderno. Un concepto que, en el caso del feminismo y la Conaie, es evidente: el tema de la inmunidad de la víctima.

La víctima es el héroe indiscutible de la izquierda ‘woke’. “Ser víctima otorga prestigio, exige escucha, promete y fomenta reconocimiento, activa un potente generador de identidad, de derecho, de autoestima. Inmuniza contra cualquier crítica, garantiza la inocencia más allá de toda duda razonable. ¿Cómo podría la víctima ser culpable o responsable de algo?”. Son las palabras iniciales de un ensayo del profesor italiano Daniele Giglioli, cuyo título resulta una blasfemia en estos días: “Crítica de la víctima”.

El discurso victimista ha impuesto su lógica en el debate público de Occidente y se ha convertido en hegemónico: en las organizaciones sociales, en los medios de comunicación, en la política. ¿Cómo se puede debatir sobre el dolor de una víctima? ¿Cómo se puede cuestionar la inocencia de quien lo padece y negarle sus prerrogativas? Hablar en su contra es convertirse en su verdugo. Por eso el discurso de la víctima es absoluto, irrebatible, está por encima de toda crítica, impone el tono y el alcance de la réplica, dicta los términos del debate y no tiene necesidad alguna de justificarse. Es, en suma, el sueño de todo poder autoritario.

“Vivan las disidencias” decía una tela enorme que abría la marcha del Día de la Mujer en Quito. Pero, ¿cómo se puede ser disidente siendo tan unánime? ¿Cómo se puede serlo cuando se ha logrado tal hegemonía? Esa contradicción se encuentra en el centro del debate público y es incuestionable.

En el mundo heroico del victimismo ‘woke’, está claro que los indígenas tienen la carta ganadora. Víctimas de un genocidio histórico, herederos de 500 años de exclusión, explotación y racismo, nadie como ellos goza de la legitimación para actuar como mejor crean sin tener que responder excepto a sí mismos. Y si actúan con violencia, esa violencia es “sagrada”, ha escrito Leonidas Iza. Cinco siglos de sufrimiento avalan su inocencia eterna. Ese pasado, desde una perspectiva ‘woke’, no es historia capaz de superarse a sí misma, sino vivencia que se convierte en piedra angular de una identidad. Y en nombre de esa identidad, el movimiento indígena puede darse el lujo de participar en la marcha del 8 de marzo sin renunciar un ápice a su misoginia. ¿Cómo podría el feminismo cuestionar sus intenciones?

Cuentan que Albert Camus le dijo a Elie Wiesel, escritor judío sobreviviente del Holocausto: “Le envidio por lo de Auschwitz”. ¿Escandaloso? Tal vez, pero anuncia con elocuencia esa forma enfermiza de aristocracia del dolor que se ha convertido en el signo de la reivindicación identitaria de estos tiempos. Parece que la competencia por el primado del sufrimiento se vuelve contra la propia izquierda ‘woke’. De ella provienen las fracturas que empiezan a minar al movimiento feminista en otras latitudes. En España, por ejemplo, la cuestión trans ha creado dos facciones irreconciliables. “Mujer biológica: este 8 de marzo quédate en casa”, proclamaban los anuncios de una marcha que quería “dar visibilidad a las verdaderas mujeres trans, que estamos mucho más oprimidas”. Un tipo de rivalidad similar es el que empieza a observarse por parte de quienes avalan el sufrimiento de las “mujeres racializadas”. Es curioso este término hoy en boga que reivindica, por vía de la victimización en voz pasiva, un concepto que había quedado en desuso por sus connotaciones negativas: el de raza. De pronto, ser racializado se ha convertido en un valor por el sufrimiento que implica. Ser mujer racializada, más aún. Nadie lo admitirá pero, en el fondo, la fórmula de Camus ante Elie Wiesel es el símbolo de las aspiraciones identitarias. Y Leonidas Iza lo sabe. 

  • Hegemonía. El discurso de la víctima es irrebatible y está por encima de toda crítica, dicta los términos del debate público y no tiene necesidad de justificarse. El sueño de todo autoritario.

  • Nada. Todos los indicadores sobre desigualdad de género son peores en las zonas rurales que en las ciudades. Sin embargo, la Conaie no propone nada para cambiar esa realidad.

Rebelión gradual

En el calendario de Leonidas Iza, el 8 de marzo debía ser el día inaugural de lo que pretende convertir en un levantamiento progresivo. Ese día, la Conaie iba a hacer notar su presencia en las calles de Quito. Finalmente, fueron las mujeres de la organización quienes celebraron un encuentro en el Ágora de la Casa de la Cultura y se sumaron a la marcha tradicional organizada por el movimiento feminista.