A nuestros difuntos

Ayer celebramos nuestros muertos. Muchos pensarán que ‘celebrar’ no es la palabra correcta en este caso. Quizás ‘conmemorar’; pero insisto, porque no puedo dejar de celebrar, por ejemplo, la vida de mi padre, su enorme influencia en la mía, su caudal de amor inagotable para mí. Sé que muchos de ustedes, amables lectores, se identifican al celebrar y agradecer la presencia en sus vidas de seres maravillosos que solo se nos adelantaron. Pues la muerte, como decía Benedetti, es solo un síntoma de que hubo vida.

En este sábado de difuntos, nuestros blancos cementerios se llenaron de flores, color, incluso de música. En algunos lugares hubo comidas y manjares y hasta el acompañamiento por toda una noche de parte de los deudos. Baste recordar de dónde venimos para aceptar esa mezcla de tradiciones que nos han moldeado y siguen presentes, impactando a las nuevas generaciones. Y no hablo de la tradición más básica y extendida, la gastronomía de la época, pues no sorprenden los variados modelos de guaguas de pan y la oferta de colada morada que ahora viene hasta en sobres de preparación instantánea. Le he contado a mi hija que esas comidas son una tradición de origen andino que viene de unos 5.000 años atrás. Le gusta la colada, pero le disgusta el derroche de flores sobre lápidas y tumbas. Intento explicarle que es una forma de reverenciar a nuestros muertos, ofreciéndoles el color y el aroma más perfecto de la madre tierra. Solo que al decirlo me conecto con ese poema de Ana María Rabatté ‘En vida, hermano, en vida’, y me cuestiono en silencio si esas flores sirven de algo cuando el destinatario amado ya se fue...

El promedio de vida de los ecuatorianos se ha incrementado en los últimos años. Las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística y Censos, INEC, dicen que para el año 2020 los ecuatorianos alcanzarán un promedio de vida de hasta 80 años, coincidiendo así con los análisis de la Organización Panamericana de la Salud, OPS, en el sentido de que en los últimos 45 años, la población latinoamericana ha ganado en promedio 16 años de vida. Las principales causales de muerte en la región siguen siendo los males cardíacos, el cáncer y la diabetes en su orden.

Resulta entonces indiscutible que cada vez tenemos una mayor población añosa y el desamparo y la soledad son los desafíos a los que se enfrenta. Acepto entonces que requiero dedicar más tiempo a mis viejos, oír con atención sus reflexiones y escuchar sin distracción sus consejos. Necesito paciencia para entender por qué me repiten las cosas una y otra vez, acaso para darme cuenta que insisten porque no termino de aprender...

Mi madre, octogenaria, no quiso ir a la playa en este feriado de noviembre. A mis hermanos y a mí nos dijo tajantemente que iba a los ritos por los difuntos; que pondría un ramo de flores a nuestro padre, y lo mismo a su consuegra (El nicho con sus cenizas está en el mismo cementerio). Nos resultó imposible convencerla, tal como ha ocurrido en cada feriado de difuntos. ¡Qué difícil es salir de la tradición! Más vale dejar de intentar desconocer lo que somos, de dónde venimos, hacia dónde vamos...