Dias de dolor y ejemplo

Como comentaba Luis Verdesoto en diario El Universo, hay una sensación de dolor profundo en el país por lo sucedido en el terremoto del 16 de abril.

La palabra dolor alberga muchos sentimientos.

Uno de ello es el asombro, seguido del horror, ante la radical vulnerabilidad del ser humano.

Sí, se dice mucho que la cultura actual vive de instantes y que no tiene pena ni nostalgia de que no retornen.

Pero otra cosa es que ese instante sea el último, de repente, y que la vida muestre su carácter abisal.

Todos, de una manera u otra, hemos vivido en estos días esta sensación de pérdida de certezas, de confesión de la contingencia humana.

Pudimos ser cualquiera de nosotros.

O nuestros seres más amados o más cercanos.

Y nosotros no controlamos estas fuerzas que en un momento dado nos expulsan de la vida.

Pero no ha sido solo una sensación extrema de horror ante el peligro.

Ha sido simultáneamente un identificarse con el otro, un despojarse del mundo pequeño en que cada uno vive.

Ponernos en el lugar del otro, hacerle sentir que estamos pendientes de él, que nos duele su tragedia y que en este momento, que ojalá sea muy largo, vamos a deponer las distancias para acogerlo.

De ahí la maravillosa solidaridad que se ha manifestado en estos días por parte de las personas comunes y corrientes.

Todos han tratado de socorrer a los golpeados por este terrible acontecimiento, porque así lo han querido, sin que ninguna consigna dictada desde instancias supraindividuales los haya movido.

Por ello el reclamo de que la unidad vivida en esta semana -que debe prolongarse por la destrucción humana y material que ha traído el devastador terremoto- no sea entendida como unidad dictada desde lo político, ni para provecho de instancias que pretenden hacer triunfar una ideología, donde solo hay dolor y afecto.