DesvergUenza y corrupcion

Es llamativo cómo el paso del tiempo va estableciendo no solo matices diferentes a los sucesos que llenan los años que transcurren sino también transformaciones de fondo.

Así, por ejemplo, oportuno en los días que corren, cabe expresar que los escasos corruptos de antes conservaban ápices de vergüenza, generalmente salían del país y era inconcebible que hiciesen gala de su fortuna mal habida. El baldón les pesaba de generación en generación y todo el mundo se enteraba del origen de su fortuna.

La tradición era dejar el ejercicio de altos cargos públicos con menos recursos económicos que aquellos poseídos al iniciar gestiones en el gobierno. El honor, como razón para servir al país, pese al perjuicio económico, compensaba ampliamente.

Después las cosas se fueron relajando. La honradez dejó poco a poco de ser virtud generalizada y quedó como herencia de personas de escaso patrimonio en bienes.

Ejercer un cargo público y salir de él sin haber acumulado una mediana o gran fortuna casi que era visto como señal de cierta estupidez. Por eso sorprendía que alguien renunciase a un ministerio a los pocos meses de haber sido nombrado, pues probablemente en tan escaso permanecer casi nada debía haber acumulado. De todos modos, tal cual pregonaba un expresidente de Colombia: “la corrupción se mantenía en sus justas proporciones.”

Ahora, en cambio, reina la impudicia. Los delincuentes pretenden que se crea en su inocencia argumentando una figura que se ha vuelto clásica: “No sé de qué defenderme”. “No me han probado nada”.

Se pretende instaurar la condición de la existencia de delitos sin delincuentes y para configurar dicha cínica condición, los neodelincuentes cuentan con los mejores abogados del país, al menos con los más listos e influyentes; no actúan en primer plano pero están, desde atrás, muy pendientes. (Se nota en los escritos que quien los firma no es quien los redacta)

Por eso, sus clientes ofrecen declarar y luego no lo hacen. Se burlan de una administración de justicia que por su sometimiento a los designios del poder político ha perdido respetabilidad. Se la sabe susceptible a diverso tipo de influencias y los juristas defensores recurren con buenos resultados a ellas.

Así, la lucha contra la corrupción es más escándalo que ejemplaridad.