Demonios con sotana

No salíamos del estupor que causó la evidencia de los actos de pederastia cometidos por sacerdotes católicos en Chile, cuando se ha revelado el horror que han vivido centenares de niños y jóvenes en Pensilvania. El relato que contienen las 1.356 páginas del informe presentado por un gran jurado de dicho estado es escalofriante, y no quiero llenar en esta columna la descripción de los hechos por respeto a mis lectores, aunque confieso que al escribir estas líneas debo contener mi ira. El informe no fue elaborado en un país con un sistema judicial torcido de dudosa credibilidad, o por personas anticristianas; los resultados son fruto de investigaciones serias del más alto nivel estatal. En lo concreto, en 54 de los 67 condados de Pensilvania se conocieron en su momento los actos de pederastia, y fueron tolerados y encubiertos por los superiores. En muchos de los casos los malhechores fueron cambiados de iglesias, donde volvieron a cometer los mismos actos. Pero lo más estremecedor es que en la búsqueda institucionalizada para evitar el escándalo y tapar los hechos a como diera lugar, no se hizo nada por ayudar a las víctimas, pensando que la información en manos de los feligreses o de la comunidad en general, podría causar más daño. Algo malo está pasando, o quizá pasó siempre y no es hasta ahora que la podredumbre se ha derramado. Algo malo está pasando con la formación de muchos sacerdotes, con los controles que la institución debe hacer, con la participación activa de los padres en los eventos que involucren a sus hijos, con los procedimientos para prevenir actos horrendos, con los mecanismos para llevarlos a la justicia ordinaria y el seguimiento de los procesos, con la imputabilidad y la rendición de cuentas. La Iglesia católica en el balance es inmensamente benefactora hacia la humanidad, y es por eso que los católicos no podemos callar, ni tan solo rezar por las almas de los pederastas. No renunciaré a ser católico, y menos porque unos descalificados ofendieron a Jesús de la forma más vergonzosa; pero esa misma condición me impone protestar y demandar los cambios.