Una democracia en renovacion
Quienes aceptan que determinadas creaciones humanas, especialmente las más brillantes, como la democracia, son productos inacabados, permanentemente perfectibles, estarán complacidos si observaron el desarrollo de la reciente convención del Partido Demócrata, celebrada en Filadelfia.
La noción de lo que debe constituir el concepto democracia, en los días que corren y hacia el futuro, recibió en el mencionado cónclave partidista un “aggiornamiento” sustantivo que podría atribuirse sin exageración a lo que sería de justicia denominar como “efecto Sanders”.
Se evidenció que, a su vez por el fenómeno Trump, los seguidores de la señora Clinton entendieron que no podrían permanecer como indiferenciados, respecto del republicanismo sustentado en valores de odio del magnate del espectáculo.
Sin duda, nada tienen que ver los postulados de Lincoln con la retórica circense, pero por paradoja, sembradora de odios, de xenofobia y miedos, del que ahora aspira a representar al Grand Old Party.
Por supuesto, tampoco por la burda manera de expresarlo, con la nobleza del discurso de Gettysburg, del que más cerca estuvieron los oradores demócratas con sus alusiones a los Padres Fundadores y la defensa de las libertades.
Así, cuando Sanders y sus seguidores han logrado incluir en la plataforma Clinton algunas de sus más sentidas aspiraciones y entre ellas el derecho a la educación superior apoyado por el Gobierno, así como el control de las ilimitadas ganancias y beneficios de los banqueros de Wall Street, sin satanizar el lucro, quedó claro que las desmesuradas utilidades y los altos dividendos no pueden subsistir sin ser regulados, puesto que están directamente relacionados con el espantoso desnivel salarial que existe en los Estados Unidos, agravado por discriminaciones que perjudican a las minorías étnicas.
Por otra parte, superando las vanidosas tentaciones caudillistas, el liderazgo Clinton se plantea como la conducción de un esfuerzo de todos, al que todos están invitados; un esfuerzo de unidad nacional para enfrentar las nuevas amenazas que no requieren de un vociferante, al que mandaron a leer la Constitución, sino de estadistas probados en el servicio público y con un hondo sentido de los valores que hicieron y mantienen grande a su nación.
A todas luces, el efecto Convención será muy notable.