Delitos ambientales

Vivir bien es habitar en un ambiente no contaminado por la polución del aire, del suelo y del agua; no tener que respirar las cenizas de la basura quemada por el vecino irresponsable y abusivo, y gozar de un océano libre de riesgos ambientales, o doblegado por la impudicia de quienes piensan que para ellos no se han hecho las normas de convivencia colectiva.

Por estos días, el Gobierno, luego de arremeter contra Interagua por supuestamente contaminar el estero Salado, se dispone a acusar a la concesionaria de delitos ambientales por los efluvios provocados por quienes habitan en sus márgenes y no se han conectado aún a la red de alcantarillado. La acción de remediación ambiental del Salado es requerida y deberá ser permanente si se toman en cuenta los hábitos de descuido y quemeimportismo en materia de limpieza y conciencia ambiental de nuestra gente. Pero la denuncia no pasa de ser otra manifestación de “mirar la paja en el ojo ajeno” pues el Ministerio de Ambiente es un ente remiso en la defensa del interés colectivo.

Ejemplos de negligencia ambiental sobran, pero cito tres. El diésel y la gasolina expendidos por el Gobierno son combustibles de pésima calidad, que carburan pobremente y contribuyen a la evidente contaminación atmosférica, polución que trae consigo toda suerte de afecciones respiratorias, y es portadora de alergias y de elementos carcinogénicos. Si hubiese conciencia ecológica en el Gobierno se deberían iniciar los procesos correspondientes contra Petroecuador, que ostenta el sitial de mayor ente contaminante en el país. Otro ejemplo es la quema de basura en Durán, que se esparce por los diferentes vecindarios de Samborondón y Guayaquil, sin causar ninguna suerte de protesta, observación, amenaza o recriminación oficial.

El océano, entretanto, se está convirtiendo en un verdadero basurero. La casi veintena de barcos tanqueros de combustible acoderados en la rada de La Libertad no solo representan un claro ejemplo de la enorme influencia requerida para sostener un negocio altamente rentable y socialmente indeseado, sino el de constituirse en un muestrario típico de la negligencia culposa del organismo rector de la política ambiental. El negocio de los barcos lleva imperturbable varias décadas, y en la última, de abundancia y plenitud de recursos, se ha mantenido incólume pues se ha preferido malgastar ingentes recursos en una refinería que no se hará y en un terminal gasífero que no tiene futuro, sin invertir en la tanquería en tierra y en los poliductos requeridos, perennizando así el malgasto de cientos de miles de dólares diarios al mantener un riesgoso almacenamiento flotante. A ello se añade el deterioro de las playas del “turismo maravilloso”, que exhiben despojos interminables de botellas plásticas (indestructibles), trozos de redes, rastros visibles de aguas negras no tratadas, y desechos de todo tipo que son arrojados desde los barcos en cantidades alarmantes, sin merecer el más leve susurro de llamado de atención.

¿Que este es un Gobierno que se preocupa por la calidad de la vida a través de la protección del ambiente? ¡Pamplinas! Es otro elemento más de la ofensiva de propaganda que caracteriza al siglo XXI.

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