Decalogo

Luego de diez años de barbarie y circo se torna necesario articular un código de conducta y respuesta ante la horda de galarifos y farsantes que se han apoderado del quehacer político. Es, en la descripción de Lope de Vega, Fuente Ovejuna -todas son una.

El escalafón de la farsa es amplio e incluye al que ya está condenado; al que se erige como árbitro de la opinión pública y tiene rabo de paja; al que propone la ley del Talión, y, cuando expuesto en su fechoría, arma argumentos tartufos de préstamos y ahorros inexistentes; y a las que se roban los dineros de los contribuyentes para atender al vector original de la pestilencia.

Si hemos de evitar estas lacras en el futuro, empecemos por tener conductas que nos protejan de los encantadores de serpientes. ¿Y cuál entonces es el decálogo?

Primero, las deidades de la política son, por lo general, falsos profetas cuyo solo objetivo es satisfacer sus ansias de poder y ejercer su megalomanía sobre quienes consideran súbditos.

Extirparlos del ente social es una necesidad existencial para la preservación de la especie.

Segundo, jurar servir a un indigno lo hace al seguidor cómplice de la desgracia.

Tercero, ejercer la razón demanda abstenerse de celebrar, o peor, de participar de ningún homenaje que exalte o mucho menos santifique la persona de un político.

Cuarto, no se debe honrar a ningún político como padre o madre de la patria. En el mejor de los casos somos todos hijos putativos.

Quinto, al escoger entre alternativas, la mejor y más conveniente para el propio bienestar será siempre la de matar con indiferencia calculada al político.

Sexto, por ser naturalmente proclives al abuso, no se le debe permitir a ningún político fornicar, abierta o soterradamente, con la credulidad de la gente.

Séptimo, todos los dineros que manejan los políticos son pagados por nosotros mismos. Por ello, debemos siempre demandar la honestidad y el escrupuloso manejo de los bienes ajenos a quienes delegamos las funciones de gobernar. Robar no es permitido. El mal manejo, tampoco.

Octavo, bajo ningún concepto podemos aceptar que, en nombre de la corrección o cálculo político, imperen la mentira, el engaño y la deshonestidad

Noveno, no debemos caer en la tentación de fijarnos en las mujeres y en los parientes vinculados a la política.

Se trata siempre de argollas unidas por la fuerza de sus intereses comunes que aspiran a vivir y prosperar del trabajo de los demás.

Décimo, no hay razón de envidiar a los corruptos y sus riquezas mal habidas, pero sí de eliminarlos y sacarlos de circulación; que pierdan todo, y que sientan que su castigo está alineado con la pérdida de la sociedad, y no tan solo con los dineros que se robaron.

Después de que Moisés bajó del Monte Sinaí, halló que el pueblo de Israel había decidido adorar al becerro de oro.

¿Será acaso que la razón no puede aplicársela a la política? Cada uno deberá decidirlo por sí mismo.