El cuerpo

No creo que se pueda establecer la cantidad de agresiones sexuales que han sucedido en los últimos 50 años y, digo 50 años por poner una cifra. Pretender una fiel estadística de los asaltos al cuerpo de la mujer es sencillamente una locura.

Si tocas el cuerpo de una mujer y no te pegan, asumes que te han dado cierto derecho para seguir tocándolo. Si tocas el cuerpo y no te reclaman, asumes que no desagradas y puedes conquistarlo completamente. Si a una niña la manoseas y guarda silencio, asumes que es tuya, tuya como objeto que habla, tuya para romperle los hilos de la inocencia y quebrarle la maravilla de inaugurar su sexualidad con deseos y libertad. Tuya, como sierva sin voluntad.

Si tienes vida marital y deseas relacionarte sexualmente con tu mujer y ella no desea, es mala compañera, no te comprende, no te hace feliz, te lanza a la calle a buscar por fuera lo que no te dan en la casa.

Y así, te van encajando en los roles machistas de una sociedad que parece no reconocer a la mujer como ser integrado, sino como hembra-dadorasexual-humana.

Si la raptas después de violarla, no eres delincuente, eres “pareja”. Si la amenazas para que haga tu voluntad, no la sometes, la obligas a que se comporte como tu mujer.

Si es tu pariente y la violas o la tocas, no eres un agresor, necesitas del cuerpo de una mujer para que diluyas sobre ella tus deseos jóvenes o viejos. ¡Da lo mismo, para eso están las mujeres de la familia, para explorar tu ilimitada vena colonizadora!

Si la golpeas es por su culpa; te torea, hace lo que te disgusta, te contradice, te trata como igual. Si la matas, ha sido tan miserable que te provocó sin piedad.

De este modo se van encasillando crímenes hasta que parezcan normales, porque la meta es torcer la dignidad a tal punto que ni familiar ni socialmente la niña-mujer tenga protegido su cuerpo y garantizado que sus compañeros de vida sean hombres que valgan la pena.