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CUARENTENA, DÍAS 19 Y 20: Maldito sea el periodista que nos hizo quedar mal

Mojigatería criolla: los buenos modales importan más que la verdad.  Fernando del Rincón, de CNN, fue llevado a la picota por hacer su trabajo: preguntar

Roberto Aguilar publicará este diario hasta el final de la cuarentena por el coronavirus. Puedes leer todas las entregas aquí.

Ya no sé qué clase de periodista hay que ser en este país para que no te arrastren. Por lo general uno no piensa en esas cosas. Uno trabaja, hace lo que sabe y apechuga con las reacciones. El periodismo es un oficio lleno de dudas y dilemas, pero esas dudas y dilemas se solventan, por lo general, en la práctica. No en complicadas elucubraciones sino en el trabajo del día. Cuando tienes un par de horas para resolver, por ejemplo, una crónica sobre la sesión de la Asamblea a la que acabas de asistir, actúas por instinto: vas y lo cuentas, sin detenerte demasiado en los aspectos teóricos del oficio. Pero ahora, tras veinte días de encierro, lejos de toda reportería, las cosas parecen más confusas. Uno cree saber cuál es el periodismo que necesita el país pero sale el país y te dice que no lo quiere. Que está bien sin ti. Que te jodas.

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En estos días el Ecuador tuvo un ingrato protagonismo en las agendas noticiosas de todo el mundo. Pero no nos gustó la manera como nos vimos retratados así que no encontramos mejor respuesta que culpar al mensajero. Raros lectores de medios somos los ecuatorianos. Puestos a elegir entre una ministra que no responde a las preguntas y un periodista que la presiona por respuestas, preferimos a la primera, sobre todo cuando el segundo es extranjero y peor aún si incurre en conductas que nuestra mojigatería permita clasificar como mal comportamiento. Valoramos menos la verdad que los buenos modales. Así somos y así nos va.

Lo primero es tener claro el hecho fundamental: la aplicación del decreto de emergencia sanitaria paralizó, en Guayaquil, los servicios exequiales. Hay que tomar aliento para decirlo. Significa que la declaración de emergencia sanitaria disparó la crisis sanitaria. Esto no ha ocurrido en ningún otro país del mundo, ni siquiera en aquellos donde la cantidad de contagios por coronavirus desbordó las capacidades de atención de salud; ni en Italia ni en España en los días en que murieron 700, 800 o más personas hubo cadáveres que quedaran abandonados en las calles o no fueran recogidos en las casas. Es un caso de torpeza, inoperancia, incapacidad administrativa, insensibilidad humana e ineptitud política tan, pero tan subido, tan extremo, tan ridículamente desastroso que uno se pregunta cómo sus responsables son capaces de conservar la jeta para dirigirnos la palabra. Pero es que no solo la conservan: pontifican. Uno escucha hablar sobre el escándalo de los cadáveres a María Paula Romo, Otto Sonnenholzner, Pedro Pablo Duart o, peor aún, a Jorge Wated, el encargado de retirarlos, y le queda la impresión de que las cosas no podían ocurrir de otra manera; que así mismo es. ¿Cadáveres pudriéndose en las calles? Normal, ¿qué otra cosa esperabas?

Es lo que ocurre cuando los funcionarios a cargo no están acostumbrados a responder preguntas. Los de acá fingen, hacen como que sí, pero no responden. El mecanismo de las ruedas de prensa virtuales que arrancó con la cuarentena oficializa, de hecho, ese comportamiento que pasa como la cosa más normal. Los cadáveres se descomponen en las casas y en las calles (no puedo imaginar cosa más extrema que esa) pero no he visto a un periodista que acorrale a los responsables en busca de explicaciones. O mejor dicho sí, he visto a uno: Fernando del Rincón, de CNN.

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Rincón: ¿Qué responde ante las declaraciones de la exministra de Salud de que no tenía los recursos suficientes para enfrentar la crisis? María Paula Romo: “La situación compleja que vive el país no tiene que ver con las declaraciones de los exministros sino con una realidad: la expansión del coronavirus”. “No es el momento de entrar en una polémica política”.

Llevo una vida pensando que, cuando una entrevista se empieza a mover en esos términos, un periodista tiene la obligación de interrumpir para repreguntar, a riesgo de cometer una descortesía. Lo contrario es negligencia. Eso hizo Rincón y hoy, en Ecuador, goza de la fama de maleducado, grosero, machista y prepotente.

-ROMO: ¿Qué le parece si ponemos un cronómetro para este debate?

-RINCÓN: No, no me parece. Yo hago las preguntas y repregunto cuando considero.

-ROMO: Entonces yo respondo cuando considero también.

Romo y los demás voceros del Gobierno llevan respondiendo “cuando consideran” desde que empezó esta crisis sanitaria. Aun así, parece que los ecuatorianos podemos convivir más fácilmente con un funcionario que no nos cuente la verdad que con un periodista (para colmo extranjero: horror) que lo interrumpa para preguntársela: “Perdóneme, ministra, su respuesta no me convence”. ¿Quién se ha creído este tipo?

El tercer actor de esta comedia es Rafael Correa. Aún recuerdo lo que los suyos hicieron, al principio de su gobierno, con aquella histórica foto del arrastre de Eloy Alfaro en la que apenas se puede discernir una confusa forma en medio de una multitud enardecida Pues bien: ellos echaron mano del Photoshop y dibujaron un cadáver hinchado y sanguinolento. Falsificación de documento histórico, por la jeta. Porque el correísmo es necrófago por naturaleza: donde hay sangre, quiere más sangre. Así que no bastó con los videos reales de la crisis de Guayaquil, tenían que inventarse más: se los trajeron de México y de Venezuela o los produjeron aquí mismo en su miserable empeño de sacar réditos políticos de la tragedia.

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Que Fernando del Rincón iba a ser acusado de correísta estaba cantado. En este país se juzga a los periodistas por lo último que hicieron. Rincón bien pudo, ayer, despotricar contra el socialismo del siglo XXI con toda la fuerza de sus pulmones. No importa, eso fue ayer. Hoy hizo al Gobierno de Lenín Moreno una crítica que coincide con la campaña de Correa, así que debe ser correísta. No solo que debe ser correísta sino que cuánto le habrán pagado al infeliz.

Así que me vuelvo a preguntar: ¿qué clase de periodista hay que ser para que no te arrastren en este país donde la búsqueda de la verdad importa menos que las conveniencias políticas, los bandos y los buenos modales? El encierro hace que me coma el coco con preguntas como esta. Mi única esperanza es que, cuando vuelva la normalidad y retome la reportería, cuando tenga dos horas para resolver una crónica antes del cierre de la edición del día, esas cuestiones volverán a valerme tres atados.