Corrupcion presidencial

No hemos sido en América Latina un paradigma de honestidad en el manejo de los recursos monetarios de la denominada cosa pública que, tal vez por ello mismo, han sido asumidos como de todos y, por tanto, de “libre disponibilidad”. La historia de la corrupción es entre nosotros antigua y con el paso del tiempo su reseña ha engrosado el número de sus páginas.

Ahora podrían escribirse, entre lo acumulado y lo nuevo, voluminosas enciclopedias con los casos generados por la corrupción. Nada novedoso contendrían.

Lo que puede ser motivo de aportaciones llamativas de tiempo presente es que aquello que antes fue excepción, ahora es la regla: los presidentes ladrones. Los que aprovechando de su alto cargo hurtan los fondos del Estado o se los roban, esto es, lo hacen sin o con violencia, dando paso a los denominados crímenes de Estado. En efecto, a más de primeros mandatarios “choros”, muchos de ellos para ocultar sus delitos han debido asesinar a quienes podrían haberlos denunciado.

Ese tipo de sucesos de crónica roja, en el pasado inmediato fueron excepcionales. La tradición era la de tener presidentes honrados como Velasco Ibarra, Rafael Caldera o Raúl Alfonsín, sin que ello niegue que algunos pícaros hicieron de las suyas en esos gobiernos. El caso de Velasco Ibarra es paradigmático por la especial circunstancia de haber ejercido el poder por múltiples ocasiones. Aunque mantengo diversas razones para discrepar de la calidad de sus administraciones, no queda duda de que en cuanto al manejo de los recursos públicos son la antítesis de Rafael Correa. Igual ocurre entre Caldera y Nicolás Maduro o entre Alfonsín y Cristina Kirchner. Ahora hay que sumar a la lista a un salvadoreño que decidió hacer honor a su nombre: Saca.

Por el estilo, revisando el mapa de nuestra América, los presidentes honrados son las excepciones. La mayoría son pillos y la situación es tan lamentable que un cínico podría decir que los que se salvan no es que son honrados, es que no los han pescado.

A no dudarlo, hace falta trabajar como pedía Gaitán para Colombia: por la restauración moral de la República.