La corrupcion y las elecciones
A un mes exacto antes que empiece formalmente la campaña electoral, se nota un cierto endurecimiento del lenguaje de los presidenciables. Lástima, sus expresiones siguen evidenciando un antiguo vicio del quehacer político: el discurso no está orientado a tratar de convencer a los votantes de la conveniencia de elegir a tal o cual, en razón de su profundo conocimiento de los problemas que afectan a la vida nacional y sus propuestas para resolverlos. No. El discurso empieza a sustentarse en la voluntad de manifestar la falencia de los contrarios. Lo malo que sería para el destino del Ecuador que lo gobierne fulano o mengano.
Sin dejar de hacer notar los efectos que dicho comportamiento podría tener en una campaña electoral que se presume a dos vueltas, más llamativo resulta que, pese a que ahora el propio gobierno trata de aparecer como el denunciante de los actos de corrupción, ningún candidato ha asumido el tema de la defensa de los fondos públicos con la decisión que la crisis y las circunstancias ameritan.
Por paradoja, de entre los asambleístas es uno de las filas del gobierno el que con mayor celo ha decidido enfrentar la persistente lacra. Para abundar al desconcierto, tanto oficialistas como opositores tratan con desconfianza su trabajo y lo desacreditan como “fiscalizador de última hora”. Sin embargo, el hecho cierto es que al fiscalizar cumple un rol que ha sido virtualmente abandonado, aduciendo que la conducción de la Asamblea lo impide y así, durante prácticamente largos años, ninguna denuncia ha sido procesada.
Mientras tanto, no se defiende con la energía que hace falta a los denunciantes tradicionales que ahora sufren otro tipo de persecusiones. A uno de los más persistentes, y precisamente cuando sus alertas sobre lo que ocurría con la administración del sueldo del Ecuador, adquirían la condición de vergonzosos hechos, ahora se lo deja fuera de la posibilidad de ser candidato a asambleísta.
Deseable sería que dada la magnitud adquirida por la corrupción, los candidatos no únicamente ofrezcan combatirla sino que también aprovechen la coyuntura establecida por las evidencias logradas y alcen su voz para asociarla a un sentimiento que de no ser asumido, puede derivar en un negativo desencanto mientras el malabarismo oficial cambia de gabinete.