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Tuitero. Consciente de que todas las reacciones serían adversas, por primera vez Rafael Correa bloqueó la posibilidad de escribir respuestas en sus tuits.
Tuitero. Consciente de que todas las reacciones serían adversas, por primera vez Rafael Correa bloqueó la posibilidad de escribir respuestas en sus tuits.Captura

El correísmo no puede proclamar inocencia

Rafael Correa no lo mandó a matar. Pero con un enemigo menos innoble, Fernando Villavicencio estaría vivo. Un análisis.

Para cuando Rafael Correa publicó en el Twitter su nota de pesar por el asesinato de Fernando Villavicencio, al filo de las nueve y media de la noche del miércoles 9 de agosto, su nombre había comenzado ya a abrirse paso entre las tendencias de la red social hasta ocupar el segundo puesto, sólo por debajo del nombre del candidato asesinado. Aunque sus seguidores protestaran indignados, era inevitable: en esos momentos de shock nacional era imposible separar la imagen del expresidente prófugo de aquella de su némesis, el hombre que descubrió, documentó y llevó a tribunales las rapacerías de su gobierno: el esquema de corrupción en torno al negocio de la intermediación petrolera, los sistema de subcontratación y sobreprecios en las obras emblemáticas, los sobornos a cambio de la adjudicación de contratos… Las verdades que el país debe a Fernando Villavicencio son innumerables. Y la figura del damnificado de esos hallazgos, sentenciado y prófugo a causa de ellos, el hombre que además llevaba años amenazándolo por Twitter, era la asociación inmediata ante la tragedia: mataron a Villavicencio, ¿cómo no pensar en Rafael Correa?

HENRY CUCALÓN

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De ahí a vincularlo directamente con el crimen, como da a entender la etiqueta #CorreaAsesino que se popularizó en el Twitter, hay un abismo. No se puede. Pero así como nada permite afirmar que el correísmo mandó a matar a Fernando Villavicencio, no es menos cierto que éste estaría vivo de haber contado con un enemigo menos innoble.

“Pronto se te acabará la fiesta”: la amenaza proferida por el expresidente prófugo contra Villavicencio en noviembre del año pasado no revela necesariamente su intención de aniquilarlo, pero sí es una muestra del tipo de crispación con la que Rafael Correa y los suyos vienen envenenado la esfera pública durante los últimos 15 años, especialmente desde que dejaron el poder. El correísmo ha hecho de la amenaza su forma privilegiada de comunicación política. Desde que Correa, en la campaña presidencial pasada, se paró ante una cámara de video y despachó, con el rostro desencajado y la voz destemplada, la lista de aquellos sobre quienes caerá el peso de su venganza, el acoso y la violencia verbal se instalaron con naturalidad en las redes sociales: “¿dónde te vas a esconder?”, “¿ya tienes listo tu pasaporte?”, “prepárate que ya volvemos”, “ya falta poco”… O como le dijo Correa a Villavicencio: “Pronto se te acabará la fiesta”. Periodistas, políticos o simples ciudadanos que los critican reciben a diario ese mismo tratamiento. El hecho de que en esta nueva campaña el concepto de venganza se disfrace de sentimientos positivos no cambia mucho las cosas. “Nuestra venganza personal será contundente” sigue siendo su eslogan y la palabra “venganza”, como dice Iván Ulchur, no es neutral.

Hacerse cargo de la crispación que aportan al debate público en un país sacudido por la violencia es lo menos que se le debe exigir al correísmo, cuya disposición para endosar a los demás el epíteto de odiadores resulta abrumadora y de un cinismo intolerable.

Lo demás tiene que ver con las políticas públicas del gobierno de Rafael Correa que nos condujeron hasta el punto sin retorno en el que nos encontramos. Políticas públicas que favorecieron directamente a las mafias del narcotráfico: desde la expulsión de la Base de Manta hasta el desmantelamiento de la UIES (vamos camino a convertirnos en otro México, advirtió en ese entonces su director, Manuel Silva), pasando por la necedad de haber convertido, en 2014, la lucha contra el microtráfico en la prioridad absoluta del gobierno en materia de guerra contra las drogas, cuando todos los informes de inteligencia señalaban que los carteles mexicanos ya estaban operando en la provincia de Esmeraldas. En fin, la enumeración es infinita y la responsabilidad del correísmo, inmensa. Y nadie como Fernando Villavicencio para denunciarlo, investigarlo, documentarlo y cantárselo en la cara. Hoy, que los narcos lo han matado, es inevitable volver los ojos hacia el presidente prófugo y los suyos. Háganse cargo.

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