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Defensa. La presidenta del Parlamento Andino en el último de los videos que publicó para desvincularse de Mayra Salazar.Captura de video

Convivir con el narco es fácil: los políticos se acostumbraron

La de Cristina Reyes y Mayra Salazar es una historia ejemplar. Muestra cómo hasta los políticos no mafiosos se acostumbran a la narcopolítica.

En la casta política ecuatoriana recae una gran culpa colectiva: la culpa de la convivencia. Durante años los intereses del narco fueron abriéndose paso en las instituciones de la democracia, en la Asamblea y en las cortes de justicia, en los partidos y en las empresas públicas, y los políticos se fueron acostumbrando a su presencia como si se tratara de lo más normal. Algo de lo que no se habla en público, faltaría más, pero es normal. Incluso en aquellos que permanecieron fuera de los negocios sucios, el síndrome de la convivencia naturalizada con la mafia se convirtió en el cuadro clínico más común de nuestra política. Como para que nadie se rasgue las vestiduras.

Quizá nadie, con la información que tenemos hasta el momento, represente mejor esa convivencia que Cristina Reyes, presidenta del Parlamento Andino, exasambleísta socialcristiana, amiga de la factótum de la narcopolítica, Mayra Salazar. Cristina Reyes no ha sido vinculada a ningún caso de corrupción y no parece tener participación alguna en las sucias tramas tejidas en torno a las figuras de Pablo Muentes y Ronny Aleaga, Leandro Norero y Xavier Jordán. La Fiscalía ni siquiera ha encontrado méritos para llamarla a declarar. Los chats de los casos Metástasis y Purga no la involucran, aunque inevitablemente aparece en un par de conversaciones con su amiga Mayra Salazar. Conversaciones que no prueban delito alguno (al contrario: al menos una de ellas podría incluso ser prueba de inocencia) pero demuestran la naturalidad con que los políticos convivieron con el crimen organizado.

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Entre 2019 y 2021, cuando Cristina Reyes era asambleísta, Mayra Salazar formó parte de su equipo de trabajo. Era, pues, su empleada. Volvió a serlo en 2023, cuando se la llevó como asesora de comunicación al Parlamento Andino. Sí: los contribuyentes ecuatorianos pagan el salario de los asesores de comunicación de los parlamentarios andinos, vaya uno a saber la utilidad pública de semejante cargo. ¿No es irritante? Al mismo tiempo, Reyes y Salazar se divertían juntas, hacían coreografías que registraban en video para sus redes sociales y es de suponer que compartían una vida social fuera de su horario de oficina. En agosto de 2021, cuando Reyes celebró su matrimonio, eran lo suficientemente íntimas como para que Salazar revelara, en una entrevista de corte farandulero con diario Extra, una serie de confidencias y secretos.

En todo ese tiempo, Cristina Reyes jamás se hizo preguntas sobre el tren de vida de su amiga. Sabía exactamente cuáles eran sus ingresos, pues era su empleadora, pero no se cuestionó, por ejemplo, sobre el hecho de que Mayra Salazar comprara una casa de 300 mil dólares en Guayaquil. Que ignoraba por completo sus relaciones con la mafia, dijo en enero pasado, es decir, después de que Salazar cayera presa por el caso Metástasis pero antes de que sus chats salieran a la luz en el caso Purga. Parecía convincente. Ahora no está tan claro: el 23 de julio de 2023, cuando asesinaron a Agustín Intriago, el alcalde de Manta que hacía negocios con Norero, Reyes escribió a Salazar para preguntarle qué sabía. Que estaba metido con los choneros, respondió la amiga. ¿Los tenía en la alcaldía? Sí. Una conversación entristecida por los acontecimientos (Intriago era un amigo: ofició el matrimonio de Reyes) pero normal. Es decir: que Salazar le proporcionara información sobre el mundo del hampa era de lo más natural. ¿Era frecuente?

Cristina Reyes, simplemente, se acostumbró a convivir con eso. Tanto, que en una fecha tan avanzada como agosto de 2023 escribió a su amiga: “quiero que estés a mi lado se vienen cosas importantes yo confío y creo en ti”. Probablemente la quería para la campaña presidencial, que continúa tentándola. Cristina Reyes estaba dispuesta a llevar a Mayra Salazar, con todo y sus amigos narcos, hasta Carondelet si había suerte. ¿No es esta naturalización de la convivencia con el narco el síndrome más contagioso y difundido de la política nacional? Nomás hay que imaginar lo que el socialcristianismo siempre supo de Pablo Muentes o el correísmo de Ronny Aleaga. Por eso, a la hora de repartir responsabilidades, quizás hay que empezar analizando todo lo que todos sabían y callaron. Hasta los inocentes tienen responsabilidades que asumir en esta historia.

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