Conaie infiltrada: otro mito
Todo el país parece darlo por sentado: el movimiento indígena fue infiltrado por los violentos durante los días de manifestaciones y paro nacional. Pero ¿lo fue realmente o estamos ante otro de los grandes equívocos que entorpecen la interpretación de esos hechos?
Los primeros que hablaron de infiltración fueron los propios dirigentes de la Conaie en un comunicado que emitieron pocas horas después de ocurrido el primer intento de tomar por asalto la Contraloría, el lunes 7 de octubre. Aunque para ese entonces ya se habían producido los primeros saqueos en empresas florícolas y lecheras en la entrada sur de Quito, la explicación de los dirigentes parecía verosímil: ¿qué interés podía tener el movimiento indígena en destruir la Contraloría? Ese objetivo parecía convenir más bien a la agenda de los correístas, que desde el principio estuvieron agitando y apostando, indisimuladamente, por la conmoción social que condujera al adelanto de las elecciones.
Así las cosas, “los infiltrados” pasaron al imaginario nacional como un grupo más o menos orgánico de encapuchados provistos de bombas molotov y otras armas de fabricación artesanal, estratégicamente confundidos entre la pacífica muchedumbre de manifestantes con la consigna de perpetrar actos violentos. Si esa consigna obedecía o no a instrucciones del correísmo quedó para el debate. Lo que parecía claro es que la infiltración de la Conaie era un fenómeno que ocurría al nivel de la calle.
Esta teoría se derrumbó el sábado 12 de octubre. O debió derrumbarse, si no fuera porque el debate público nacional suele tener pereza de sumar dos más dos. Ese día, cuando Salvador Quishpe, ante la explosión de violencia, denunció que la movilización había pasado del control del movimiento indígena al control del correísmo (lo cual fue ratificado por varios dirigentes) quedó claro que la infiltración de la que se venía hablando era, si existía, de otra naturaleza.
Porque vamos a ver: ¿los encapuchados de las molotov pasaron a controlar una movilización de 20 mil indígenas? Es evidente que no. Si las cosas eran como decía Quishpe (y no parece haber motivos para dudarlo), resulta evidente que los infiltrados no estaban en la calle sino en la mesa chica donde la dirigencia indígena tomaba sus decisiones. Es decir: si alguna infiltración existe en la Conaie se trata de una infiltración política. Los otros, los de la calle, más que infiltrados son gente cumpliendo instrucciones. Y lo menos que se puede decir de esas instrucciones es que no son ajenas a la mesa chica del movimiento.
La actuación de Jaime Vargas en la bochornosa jornada del jueves 10 en el teatro Ágora es consistente con estos hechos. Todo lo que el presidente de la Conaie dijo ese día, su negativa al diálogo, su llamado a la fuerza pública a desconocer la autoridad del “patojo de mierda”, el alarde que hizo de haber ordenado el cierre de “todas las llaves del petróleo”, todo se ajusta perfectamente al guion de los que apostaban por la conmoción social para que caiga el Gobierno. Y la estrategia de la conmoción social era una de terror y de violencia. Si todavía se quiere sostener la tesis de que la Conaie fue infiltrada, no queda más remedio que reconocer que el infiltrado se llama Jaime Vargas. Hoy quiere un ejército propio. Este señor es un peligro.
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