Una de las carrozas rindió homenaje a la diversidad de aves endémicas de Guayaquil y no solo a las que habitan en el manglar, sino también a las que están en los bosques protegidos.

Cinco kilometros de fiesta en el Salado

Al inicio y al término de la actividad se realizó un show aéreo con el paso de aviones supersónicos sobre el estero.

Por alrededor de dos horas, decenas de familias guayaquileñas celebraron los 198 años de independencia de esta ciudad. Ayer la fiesta fue en el estero Salado, en cuyas aguas seis coloridas y enormes embarcaciones fueron las protagonistas de la VI edición del Desfile Náutico, que atrajo a decenas de espectadores a lo largo de los cinco kilómetros del recorrido.

La actividad, que inició en el puente de la avenida Portete y culminó a la altura del puente El Velero, en la plaza de la Música, estuvo marcada por la barcaza del Bicentenario, que hizo alusión a la fiesta cívica que dentro de dos años significarán los dos siglos de la gesta de octubre de 1820.

La alegoría, la primera en navegar, a más de uno llamó la atención. Y no solo porque de la nave destacaba una gran antorcha que representaba a la Aurora Gloriosa y la libertad, sino porque de fondo tenía la Casa Consistorial del siglo XIX, lugar en el que se firmó el acta de independencia de la ciudad.

“A diferencia de los desfiles anteriores, hoy hemos recordado nuestra tierra y a nuestros próceres. He venido con mis nietos, todos chicos, y con lo escuchado y observado (mujeres y niños cubiertos por trajes de antaño), todos asimismo me han preguntado más detalles de nuestra historia”.

“Eso es vida, eso es arte”, precisó Mario Román, quien durante la jornada, a la que llegó vestido de guayabera y zapatos de suela, no dejó de flamear su bandera de colores celeste y blanco.

Pero si bien esta fue la nave que dio cabida al relato de las memorias guayaquileñas, hubo otras que rindieron homenaje a los afrodescendientes y montuvios, y a las especies y personajes más queridos e icónicos del Puerto Principal, como Juan Pueblo, que nació como un elemento de protesta que se encargaba de denunciar los problemas de la urbe y cumple ahora un siglo.

Para Sandy Núñez, de 25 años, escuchar cuál era la labor de esta figura resultó ser todo un descubrimiento. “Jamás imaginé que por eso existía. A Juan Pueblo lo había visto en los desfiles, afiches y cuadernos, siendo la estrella de los monumentos, pero jamás pensé que era casi casi como un superhéroe de la época”, dijo con orgullo, mientras fotografiaba la nave ‘Las Islas Encantadas’, repleta de piqueros, fragatas y peces. Todos ficticios.

Durante el festival, en el que además los representantes de la Armada, la Fuerza Aérea, el Cuerpo de Bomberos y el Club Náutico hicieron decenas de maniobras y piruetas en lanchas, aviones subsónicos y supersónicos y helicópteros que en más de una ocasión simularon descender al punto de rozar el agua del estero; las familias también se volcaron a bailar.

En la plaza de la Música, la banda de la Policía Metropolitana y otras orquestas entonaron canciones en honor a Guayaquil y temas tropicales, que de vez en vez se mezclaron con la algarabía que se percibía en el afluente y a los costados de El Velero.

“Siento que estoy celebrando año nuevo, nadie para de gritar, reír, jugar y bailar. La fiesta ha sido completa. Una razón más para gritar: ¡Viva Guayaquil!”, manifestó Estrella Narváez, habitante de Urdesa presente en el evento.