En el sector intervenido con el mural, los habitantes reclaman mejorar otras escaleras, colocar luminarias, pintar tramos del cemento y revivir las jardineras.

El cerro Santa Ana espera no solo mejorar la imagen

La escalinata hacia Puerto Santa Ana estrena un mural gigante. Los vecinos anhelan que esto sea parte de las respuestas a sus necesidades y problemas.

Aunque los 175 peldaños de la escalinata que cruza la parte trasera del cerro Santa Ana, desde Puerto Santa Ana hasta la calle Sargento Buitrón, tienen un nuevo rostro: están repletos de colores y mosaicos que —juntos— forman símbolos que representan la libertad; para los habitantes, aún hacen falta otras obras para sentir que han recuperado el barrio o son parte de un territorio seguro, o con el que sueñan.

El lugar, que antes no era nada más que un espacio de lodo y tierra, y cuya regeneración empezó a darse en la última década, cobra hoy vida con el mural —denominado Libertad— que muestra a una mujer sosteniendo una enorme antorcha y es parte del trabajo que ejecuta el Municipio con miras al Bicentenario y a transformar sobre todo el sector a través del arte. En este caso, llenando las gradas de trozos de cerámicas quemadas al horno.

Ayer, durante un recorrido, EXPRESO pudo conocer cuál es la reacción y la percepción de las familias respecto a este lienzo que, aseguran (o al menos ese es su anhelo), ayudará a que los turistas y los mismos guayaquileños puedan voltear a verlos.

“Por años, pese a que legalizaron nuestros predios y nos dotaron de agua potable y servicios, hemos visto crecer solo a nuestros vecinos. Nosotros hemos quedado opacados, somos el patito feo del cerro. De hecho, hay quienes nos tienen miedo”, lamentó Lourdes Bravo, quien vive allí hace 40 años y precisó no parecerle justo que mientras en los alrededores cada vez hay más edificios, restaurantes e ingresos, en su vecindario, no haya más que abandono.

Hay basura, precisó, prácticamente todo el día; además de desorden, venta y consumo de drogas, y oscuridad. En esta parte de la colina se vive prácticamente en penumbras.

Las luminarias allí instaladas, advirtió Jackeline Torres, también residente, están quemadas hace más de un año y pese a las solicitudes y reclamos, nadie ha solucionado el problema. Como resultado, pasadas las 18:00, nadie sale de casa.

“No lo hacen los niños, ni tampoco los grandes porque el sitio se ha dañado y preferimos evitar cualquier riesgo. Camine unos cuantos pasos, suba las escalinatas y verá cómo, pese a no ver aparentemente a nadie, todo huele a marihuana”. La gente se esconde y hace lo que quiere porque en el sector, conocido como el callejón de la Cervecería, agregó el también morador Guillermo Cobos, incluso las ganas de vivir de otra manera se han perdido.

¿De qué sirve entonces que se mejore solo la imagen si la estructura, la barriada en sí , se está yendo de pique?, se cuestionó, haciendo énfasis en otro problema: el deterioro de ciertas áreas. Entre ellas otra escalinata, aledaña a la ahora intervenida, y que es estrecha, permanece sucia, con piedras y decenas de fisuras.

“Si tan solo las autoridades se centraran un poco más en esta área, hasta el turismo se podría fomentar. Todos ganaríamos. Y es que nosotros sí queremos tener tiendas, minimarkets, locales de artesanías. Queremos ser una extensión de Las Peñas”, coincidieron, lamentando que pese al paisaje natural que tienen, por estar situados frente al río, incluso la familia evita visitarlos.

Daniel Bastidas, el primo de Juan Corrales, uno de los residentes, prometió no hacerlo desde marzo que le robaron y lo ha cumplido. Cerca de las 19:00 de un domingo, llegando al final de la escalinata, le quitaron el celular y lo golpearon. “Era la tercera vez y estaba furioso. Ahora hasta mis amigos vienen con recelo...”.

Pero pese a que tienen ganas de más, los residentes han prometido tener paciencia, siempre que se dé un acercamiento con las autoridades en lo que va del año. Esta pintura, que constituye la segunda parte de otro mural también realizado por el ecuatoriano Jhonald Delgado, en la parte baja del cerro (el que hace un homenaje a la vida de José Joaquín de Olmedo y su discurso sobre Las Mitas), es la puerta a grandes cosas “si así decide verlo la alcaldía”, recalcaron.

“Esperamos que la alcaldesa le ponga más atención a esta regeneración que se ha llevado a paso lento. Queremos sentirnos orgullosos de vivir aquí, algo que últimamente no ha pasado”, añadió Carmen Pimentel, vecina fundadora que extraña salir a caminar o conversar en el callejón sin ningún tipo de temor, como antes.