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En su casa cambia la batuta por un pincel

Cada vez que David Harutyunyan dirige a la Orquesta Sinfónica de Guayaquil se sumerge en el mundo del arte, en el que también se inició pintando.

Se muestra como un caballero sin poses ni términos medios, consagrado a su oficio y a su familia. Conserva su acento extranjero (es armenio), pero ha adquirido la espontaneidad guayaquileña de hablar rápido y sin tapujos.

Su instrumento es el piano. El músico, amante del rock de Led Zeppelin, Pink Floyd, Queen y Deep Purple, antes que director es compositor.

En su casa ubicada en la vía a la costa cambia la batuta por el pincel y las partituras por las pinturas.

También le apasionan las plantas y disfruta preparando parrillada al estilo armenio con cerdo y pollo. Le gusta el vino tinto y el ‘Fanchop’ (cerveza con Fanta) que le dio a probar su suegro chileno, el padre de la cantante Pamela Cortés.

En sus 15 temporadas (años) a cargo de la orquesta, el maestro postergó la creación de su propia música. Hasta el 2 septiembre de 2015, cuando en casa se sentó a componer la “primera sinfonía escrita en Guayaquil”, según anuncia a EXPRESO.

La terminó a inicios de enero pasado y la pondrá a consideración de sus 100 músicos de la Sinfónica la próxima semana, para que la aprueben o rechacen.

Harutyunyan tiene mucha fe en que la agrupación le dará su visto bueno. El criterio profesional de sus miembros, que tienen una formación académica similar a la suya, es muy importante para él. El resultado se sabrá en diez días. Como está casi seguro de que será positivo anticipó que piensa estrenar su sinfonía en un concierto especial que la orquesta ofrecerá en mayo.

Solo en los últimos cinco meses, que dedicó a su sinfonía, dejó de pintar.

“Amo pintar, pinto creo que casi profesionalmente porque cuando yo era muy pequeño (4 a 5 años) empecé a estudiar al mismo tiempo música y pintura, por dos razones: mis padres eran músicos profesionales y mi abuelo (Nicolai Metonidze) era un pintor muy importante. Me dio lápiz y pincel y mis padres me pusieron al frente del piano y empecé a hacer las dos cosas. Después la música ganó”, cuenta a este Diario.

Pintaba con los alumnos de su abuelo, quien tenía un gran taller y usaba modelos. Sin embargo, ganó la música porque nació músico y convirtió a la pintura en su puerta de escape.

“Hasta ahora yo pinto, cuando ya no aguanto escuchar los sonidos, cuando me marea abrir las partituras porque eso duele a veces, cuando la cantidad de información supera la capacidad física-mental, entonces necesito ir a otro lado”, explica.

El maestro antes pintaba escenas de la naturaleza, ahora “son cosas de mi fantasía. Quiero pintar lo que siento”.

En el centro de la sala de su casa destaca la pintura de una circunferencia alrededor de cuyo centro hay otros círculos armados con mosaicos de colores en alto relieve. Lo pintó en dos días.

No tiene taller, pinta en el piso o de pie, en un espacio de su amplia sala.

“Son formas de escape, puertas adicionales, otra dimensión porque la música que estoy dirigiendo es todo lo que yo tengo en mis manos. Diriges la música de otras personas. Todo lo que es lo mío, lo espiritual siempre está escondido. Debes pintar, componer o escribir los versos de lo que es tuyo”, afirma el maestro.

Como le gusta la naturaleza, armó el jardín en el patio de su residencia usando maceteros grandes para sembrar plantas como palmeras, la veranera y otro arbusto con el cual vistió una maceta.

Prepara la semilla de mango y otras de moringa, cuyas hojas se dice que conservan la salud del líder cubano Fidel Castro. Una vez listas, las sembrará en otras macetas, junto a su hijo Maximilian, con quien no solo comparte esta pasión sino también el gusto por la pintura y el piano, como sus padres y abuelos se lo transmitieron a él .