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Protestas en Chile, octubre 2019. Grafiti
Idealización. Pertenecer a La Primera Línea es In, es chic, es sexy. Grafiti en la principal alameda de Santiago de Chile.Roberto Aguilar / EXPRESO

La carne de cañón va en Primera Línea

América Latina invirtió la tendencia de la protesta contemporánea. La no violencia pasó de moda. Hoy se romantiza el fuego, la destrucción, la fuerza...

Llevan máscaras antigás, monogafas de seguridad industrial, cascos, guantes, escudos de lata, a veces una kufiyya o pañuelo palestino, pero casi siempre una bandera patria colgada de los hombros como capa… Se enfrentan con largas garrochas a los policías, los apedrean, por la noche los confunden apuntándoles a los ojos con linternas de láser, cuando tienen oportunidad les prenden fuego... Entrenados en el uso de bazucas caseras hechas con tubos de PVC para disparar petardos, especialistas en la fabricación de cocteles molotov (los auténticos, los que llevan ácido y piedras y pueden prender a una persona como si fuera una tea), estos jóvenes son idénticos de un país a otro: Ecuador, Chile, ahora Colombia… Se los conoce con el nombre de ‘La Primera Línea’, de inspiración castrense, y encarnan el nuevo romanticismo de la lucha callejera.

América Latina invirtió la tendencia de la protesta contemporánea. Los tiempos de la resistencia pacífica, cuando la legitimidad de una manifestación residía en la indefensión de la multitud en marcha, son cosas del pasado. La protesta pacífica fue la forma democrática de expresión de descontento más exitosa desde la caída de los regímenes comunistas en la Europa del Este en 1989 hasta la Primavera Árabe y el movimiento de los indignados que sacudió España en 2011. En Ecuador, fueron manifestaciones pacíficas las que golpearon los cimientos del correísmo en 2015. De pronto todo eso quedó atrás. Los estallidos de 2019 en varios países de la región inauguraron otra etapa: una nueva era de violencia.

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Apareció la estrategia militar aplicada a la lucha callejera. Los nuevos grupos de choque están capacitados para otro tipo de enfrentamiento contra la Policía, uno muy distinto del normal, un tipo de refriega que requiere entrenamiento, equipos, especialización de roles: con una línea de artilleros, otra de defensa, otra de asistencia y una retaguardia para la atención de heridos. En fin, apareció una nueva clase de protesta que implica dos cosas: preparación y financiamiento. Cambiaron también los objetivos del combate: ahora los bloqueos de carreteras se ejecutan con el fin de desabastecer ciudades enteras, como se hizo en Bolivia y Colombia; la toma de infraestructura pública busca privar a la población de servicios básicos, como ocurrió en Ecuador; la paralización de actividades se consigue mediante el hostigamiento de los ciudadanos, como en Ecuador y en Chile; se llega al extremo de impedir el trabajo de la Cruz Roja, con la consiguiente pérdida de vidas humanas por falta de atención médica, como está sucediendo en Colombia y sucedió en Ecuador. En resumen: el nuevo objetivo militar de las protestas es la población civil. Y los encargados de esta estrategia son los integrantes de La Primera Línea.

La Primera Línea desempeña, además, un papel fundamental en la romantización de esta violencia callejera: una estrategia mediática trabajada a conciencia. Del Ecuador de octubre de 2019 todo el mundo recuerda la serie de fotografías (sometidas al Photoshop y a los efectos del alto contraste, los filtros, la sobreexposición digital y otras maravillas) de mujeres indígenas en medio de los gases y el fuego. Más de un fotógrafo se prestó a la manipulación con la esperanza de convertir sus imágenes en íconos y pasar a la historia. En Chile, los murales que explotaban el ‘sex appeal’ de los luchadores de La Primera Línea (se los representaba, por ejemplo, enamorando a la propia Cleopatra encarnada por Liz Taylor) contribuyeron a la construcción de una leyenda. En estos días, en Colombia, se vive un proceso parecido: en afiches, en reportajes fotográficos, en documentales (incluso hay uno de la prestigiosa revista ‘Rolling Stone’), los violentos jóvenes de La Primera Línea aparecen como la versión posmoderna y urbana del guerrillero heroico de los años sesenta, pero con mucha más aceptación social. Hay aventura, hay aplausos, hay chicas... ¿Qué muchacho rebelde de 20 años no quisiera pertenecer a tan selecto grupo?

Amor en el frente de batalla: parejas de encapuchados se fotografían besándose entre el fuego y los escombros, junto al mobiliario urbano destruido y las patrullas ardiendo. Esta modalidad de retratos se ha vuelto viral en las redes colombianas. El documental de ‘Rolling Stone’ muestra la confección de escudos a partir de barriles metálicos (como los que se usaron por centenares en el asalto a Quito en octubre de 2019) sin que nadie se pregunte quién paga por eso. “La Primera Línea fue creada para defender al pueblo”, dice la voz en off de una manifestante de 24 años, mientras otro explica las tareas asignadas a cada una de las “las tres sublíneas de La Primera Línea”: los que aguantan el chorro de agua y se enfrentan con los uniformados, el grupo de choque que contraataca, los que brindan primeros auxilios y están ahí “para ayudar a la gente que está combatiendo”. La expresión lo dice todo: nunca antes la protesta ciudadana en democracia se concibió como un combate. Esto es un fenómeno reciente y es un fenómeno regional.

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Santiago de Chile, enero de 2020: se cumplen cien días del estallido social y la izquierda chavista, los socialistas del siglo XXI, los seguidores del Foro de Sao Paulo y del Grupo de Puebla celebran una reunión continental que denominan ‘Foro Latinoamericano de Derechos Humanos’. En la antigua sede del Senado aclaman a su invitado especial, el juez español Baltasar Garzón, y enloquecen con la presencia inesperada de unos visitantes de excepción: los jóvenes de La Primera Línea. Encapuchados, clandestinos, enarbolando sus emblemas, que incluyen banderas mapuches y cruces negras con estrellas blancas, se suman a las consignas y los gritos. Uno de sus líderes despacha un discurso crispado, altisonante, cargado de rabia y de odio contra “el tirano” (Sebastián Piñera), contra los ricos, contra los poderes capitalistas y la burguesía. Luego vuelven a Plaza Italia, el epicentro de las protestas. No están solos: los acompaña el juez Garzón, que se escabulle ni bien escucha la primera sirena del primer carro antimotines, pero alcanza a sacarse una foto antes de retirarse: en la barricada, con los jóvenes de La Primera Línea, encapuchados todos menos él. Luego parte rumbo al aeropuerto y los jóvenes vuelven a lo suyo, aquello que vienen haciendo durante los últimos cien días: destruir estaciones de metro, quemar edificios públicos, saquear locales comerciales…

Mucho más hábil que Garzón es el aspirante a la Presidencia de Colombia Gustavo Petro. Este jueves publicó un video en el que expresó su desacuerdo con las manifestaciones violentas (“para eso finalizamos una guerra”, dice) pero tampoco pudo evitar la tentación de romantizarlas: describió esa misma violencia que rechaza como el fruto de una “Juventud que se aferra a defender el territorio donde vive, su pobreza, donde está su familia, sus amores, sus sueños extinguidos”. Como si la fabricación en serie de armas artesanales, el entrenamiento y la aplicación de estrategias militares (que en su discurso es como si no existieran) fueran la respuesta espontánea de una juventud amorosa y soñadora. El mismo día de este mensaje, tuiteó los resultados de la última encuesta del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica (Celag: el chiringuito académico de Rafael Correa, García Linera y… ¡Gustavo Petro!) que le atribuyen un 30 por ciento de respaldo para las próximas elecciones presidenciales.

Petro dice distanciarse de la violencia pero, en la práctica, tiende puentes a los violentos: esa “juventud barrial” que nada tiene que ver con el Comité de Paro. La misma juventud popular y urbana a la que el líder mariateguista ecuatoriano Leonidas Iza ofrece integrar de manera orgánica en la Conaie. Porque no hay nada de inocente en esta romantización de La Primera Línea. Se trata del reclutamiento, deliberado y consciente, de carne de cañón para servicio del próximo caudillo.

De terrorista a diputado

Guillermo Bermejo es procesado por terrorismo en el Perú. Él perteneció a Sendero Luminoso, la guerrilla más sanguinaria de América Latina. Esta semana recibió credenciales como diputado por Perú Libre, el partido del presidente electo. Esto no sería posible si la izquierda peruana no hubiera dedicado sus mejores esfuerzos a blanquear los crímenes del terrorismo. ‘Conflicto armado interno’, lo llaman ahora.