Caer a lo mas profundo

América Latina vive momentos de caos, corrupción e inestabilidad política y social pocas veces vistos en los últimos cien años. En Argentina triunfa una candidata, ejemplo de corrupción en cargos públicos; Brasil libera otro corrupto; en Venezuela gobierna un despiadado dictador malversador; en Bolivia renunció un presidente que pensó ser vitalicio; Chile, país modelo de América Latina, con desigualdad menor a varios países, vive gran incertidumbre. México se ha convertido en narco-Estado, manda la mafia de narcotraficantes. Tiene un presidente cuyo cargo le queda inmenso, permite que se asocien los que han destruido la región y quieren difundir un renovado socialismo siglo XXI. En Latinoamérica los funcionarios públicos sobornables hacen gala de sus fortunas, sin tratar siquiera de ocultar lo robado. En otros tiempos, los “enloquecidos por el dinero” escondían lo saqueado.

Los indígenas, población minoritaria, pretenden hablar por todos los ecuatorianos y proponen un modelo económico que prevaleció en época de los incas.

Hoy la corrupción es aceptada como medio de vida. Cuando se le pregunta a jóvenes la opinión sobre la coima, no les parece mal, se da dinero para conseguir algo a cambio. No consideran que vaya contra la moral que los burócratas o en el sector privado soliciten dinero. Uno de estos jóvenes me comentó que una empresa seria había dejado de vender porque otra ofreció dinero para llevarse el contrato. A él no le llamó la atención.

En este caos colectivo, el de Ecuador es grave. Los líderes del levantamiento, destrucción y paralización del país, hoy son angelitos, no han hecho nada. Se sienten ganadores y hacen amenazas. No hay decisiones duraderas. Todo se impugna, mientras tanto la economía está paralizada. El Gobierno continuará glotón. ¿A quién le interesa perder un puesto con ingresos de miles de dólares mensuales haciendo poco? ¿Para qué voy a trabajar en el sector privado si estoy lleno de privilegios en el público? Con estas condiciones económicas y políticas, en Ecuador es difícil tener optimismo. Hay que cambiar el ADN de los ecuatorianos.