Brasil y su dilema

Brasil elegirá presidente el próximo domingo. Escogerá entre dos opciones que representan un dilema para los votantes. Un candidato que se ha demostrado xenofóbico, machista, racista, extremista en su posición política, triunfador en la primera vuelta, que propone un cambio radical, reprimir la delincuencia, favorecer la actividad privada. La otra candidatura se presenta como heredera del gobierno del expresidente Lula da Silva, que arrastra la crisis económica y el estigma de una corrupción que ha escandalizado al país y que se ha extendido a todo el subcontinente latinoamericano por los sobornos de la empresa Odebrecht.

Lo que sucede en Brasil es similar en casi toda América Latina. Especialmente, la juventud ha perdido confianza en la clase política; encuentra en ella falsas promesas e intuye que en la demagogia cohabitan impunemente la corrupción y la mentira, como lo sostenía Stefan Zweig. Se han radicalizado posiciones, se prescinde de gente capaz y honorable. Los que no están sumisamente con una posición son excluidos, sacrificando el diálogo que dialécticamente es la primera letra del abecedario de una democracia, sin que aquello implique transigir con ideas y principios; lo que no se debe es afectar los intereses nacionales para beneficio del grupo gobernante.

La falta de integración entre Estados latinoamericanos provoca que los intercambios intrarregionales de bienes y servicios sean mínimos comparados con otros continentes. En Europa llega a alrededor de un 70 % y en América Latina apenas a un 18 %. Se prefiere formar organismos regionales con sesgos políticos sectarios, como el caso de la ALBA, Unasur, descartando otros integracionistas como Aladi, Celac, la CAN.

El candidato favorito en Brasil está aprovechando esta realidad. Uno de los pilares de su campaña es mostrarse como una alternativa para evitar que Brasil sea otra Venezuela. Tan fuerte es el rechazo a esa situación, que se prefiere una opción poco democrática que le ofrece algo de seguridad, a la propuesta de un desgastado socialismo del siglo XXI, envuelto en un totalitarismo asociado a una galopante corrupción.