Asamblea. La presidenta del Legislativo, Gabriela Rivadeneira, selecciona las telas para sus trajes bordados.

Los bordados de Zuleta dictan la moda

Talleres. La hacienda de Zuleta empezó los talleres de bordados en 1942. Esta idea nació de Rosario Pallares, esposa del expresidente Galo Plaza.

Es una tendencia y una moda del poder. Los bordados a mano de la comunidad de Zuleta, Imbabura, están en el clóset de muchas autoridades.

La presidenta de la Asamblea, Gabriela Rivadeneira, tiene varios trajes y blusas con esos toques arcoíris, elaborados con finos hilos. También el presidente de la República, Rafael Correa, usa camisas con bordados en ocasiones especiales.

Pero no es solo una costumbre de las autoridades para destacar su vestuario.

Los detalles de flores, pequeñas y del páramo, que se exhiben en la ropa, son muy apreciados en otros países del continente y de Europa.

Allí, los vestidos de niñas, las blusas, camisas o la ropa de casa como los manteles, toallas, servilletas, caminos para la mesa del comedor, por ejemplo, tienen gran demanda.

Los bordados tienen un origen precolombino. Se elaboraban con lana de alpaca o llama. Pero, durante la colonia, los españoles trajeron el hilo, que se sumó, como un nuevo material, para estos bordados.

Este delicado trabajo a mano servía para decorar la ropa de las zuleteñas. Sin embargo, en 1942, Rosario Pallares, la esposa del expresidente Galo Plaza, organizó el primer taller de bordado en su hacienda Zuleta.

Ella se inspiró en las mujeres italianas y españolas, que trabajaban con hilos, en los portales de los pueblos.

Los talleres ayudaron a producir artículos para la venta y generaron ingresos. Así las zuleteñas aportaban a la casa e invertían en la educación de sus hijos. “Por eso, la comunidad de Zuleta es diferente a las demás. Con muchos de estos bordados, los hijos han estudiado en las universidades”, explicó a EXPRESO, Ximena Pazmiño, representante de la Fundación Galo Plaza, que se creó en 1995.

Con el paso de los años, estos bordados han mejorado y se han estilizado. Se crearon catálogos, con gamas de colores, para combinar los hilos.

Pero, detrás de estos bordados hay muchos días y horas de trabajo. Armar una pieza demanda crochet, costura y adornos. Por ejemplo, una toalla demora cuatro días, un mantel un mes.

Se necesitan “hasta 1.500 personas para producir en gran cantidad. Hoy, las bordadoras tienen talleres independientes, venden en todo lado y fijan los precios, según el trabajo”, dijo Pazmiño.

Los precios de estas prendas oscilan entre cinco dólares, por un portamonedas, hasta 700 dólares por un mantel. Las camisas van de 42 a 78 dólares y una blusa, típica, con bordados en el cuello y de un solo color, puede costar hasta 277 dólares.