Ausencia de civismo

América Latina y Ecuador con bastante profundidad, están viviendo una de las crisis más tormentosas de su historia. Está creciendo una polarización política en que prevalecen fundamentalismos facciosos, revanchismos sociales, prejuicios; eso estimula la confrontación y perjudica la posibilidad de unir ideas, esfuerzos en función de objetivos nacionales. El país paga el costo de estos desencuentros, nadie escucha al otro, se juzga según conveniencias, se prefieren las “realidades aumentadas”, cada uno se siente dueño de su verdad.

En ese escenario donde intereses y visiones personales o de grupo prevalecen, se posterga todo vestigio de civismo. Las apetencias individuales conspiran contra un buen ejercicio de ciudadanía, brotan ambiciones y se atomizan opiniones; los valores son desplazados. Todos creen ser titulares de derechos pero no sujetos de obligaciones, olvidan que el derecho nace del cumplimiento del deber.

La política ha dejado de ser una contienda de ideales, de doctrinas, de propuestas que procuran un mayor bienestar compartido; todo se reduce a una disputa por captar poder y medio de enriquecimiento de quienes gobiernan, de alimentar vanidades. Aquello explica que surjan incontables candidatos, la mayoría carentes de méritos por servicios a la sociedad, voluntarios buscando pulgadas de figuración.

Aquella mística con la que debe proceder un buen funcionario público y mucho más un dirigente, está pasada de moda. No se valora la conducta correcta, a quienes con talento, trabajo, dedicación, aportan a un mejor país; eso influye en jóvenes, adolescentes, niños, que ignoran hechos, fechas y personajes trascendentes de la patria. La falta de sanción a los culpables de actos de corrupción, a quienes engañan, fomenta escoger atajos torcidos, fáciles, ilícitos.

En este pleamar de un consumismo irrefrenable no queda tiempo y espacio para pensar en ser útil a los demás, en entender que no existe mayor placer que el de servir, como lo sostenía el filósofo inglés Abebury. El logro personal hace feliz a uno; cuando se sirve honorablemente a muchos, la felicidad se multiplica.