Auf Wiedersehen, y hasta nunca

La apodaron Reina de Europa y, tras la elección del presidente estadounidense Donald Trump, líder del mundo libre. Mientras la Unión Europea tropezaba de crisis en crisis durante toda la década pasada, la mano firme de la canciller alemana Ángela Merkel ayudó a mantener el bloque unido. Mas, los trece años de Merkel en el cargo implicaron una Alemania a la deriva y una Europa en decadencia, pues ella no encaró los crecientes problemas económicos y de seguridad de Alemania, y permitió que las numerosas crisis de Europa se agravaran. Su letárgico estilo empresarial de gobierno es catastrófico para la potencia dominante de Europa en una era de conmoción. A diferencia de muchos países europeos, en la última década Alemania disfrutó un sólido crecimiento económico. Pero mal puede Merkel atribuirse el mérito. Merkel no hizo nada para preparar a Alemania para la disrupción digital que amenaza con hacerle a su corazón fabril (industria automotriz) lo que el iPhone de Apple le hizo a Nokia. La crisis de la eurozona reforzó la influencia financiera de Alemania dentro de la unión monetaria y dio a Merkel un inmenso poder político que podría haber empleado mejor. Pero priorizó los estrechos intereses inmediatos de Alemania como país acreedor, tomando decisiones que agravaron dicha crisis, trasladaron los costos a otros e impidieron una solución duradera. Durante sus mandatos, Alemania respondió al pánico financiero exigiendo una austeridad extrema y dolorosos ajustes a los países deudores, mientras el superávit de cuenta corriente alemán seguía creciendo. Luego Merkel hizo solo lo suficiente para salvar la moneda única, pero dejó sin resolver todas las falencias de una unión monetaria disfuncional e incompleta. Defendió los valores internacionalistas liberales e hizo frente al hostigamiento y la conducta agresiva del presidente ruso Vladimir Putin, pero su tibio liderazgo dejó a Alemania excepcionalmente vulnerable a la actual oleada nacionalista. La seguridad económica, política y geopolítica del país depende de las tres mismas cosas que los nacionalistas quieren destruir: mercados abiertos dinámicos para las exportaciones alemanas; una UE integrada que mantiene a Alemania firmemente posicionada en Europa y el mundo; y el paraguas de protección nuclear de EE. UU. que garantiza su defensa. Merkel siguió una estrategia de crecimiento mercantilista, de “empobrecer al vecino”, que reprime los salarios y alienta las exportaciones a cualquier costo. Sus políticas para la eurozona son una de las principales razones por las que ahora Italia tiene un gobierno populista que jura impedir futuros acuerdos comerciales de la UE, que atiza la crisis de los refugiados y que amenaza provocar otra debacle en la eurozona. Pero para que el sistema funcione se necesitan grandes reformas, como las que propuso el año pasado el presidente francés Emmanuel Macron. De modo que el desinterés con que las recibió Merkel supone la trágica pérdida de una oportunidad. En relación con la seguridad, hizo muy poco por reforzar las capacidades militares de Alemania o de Europa; no hubo casi ningún debate sobre la necesidad de contar con un elemento de disuasión nuclear, sea alemán o europeo. La partida de Merkel es una oportunidad para los reformadores europeos. Macron y sus aliados en Europa tienen razón en centrar la campaña de la elección para el Parlamento Europeo del próximo mayo en la amenaza que plantea el populismo de ultraderecha. Cuando ella ya no esté tendrán una nueva oportunidad de hacer campaña por una Europa diferente al servicio de todos. Si no la aprovechan, lo hará la ultraderecha.