El ascenso del nacionalismo

La caída del Muro de Berlín aceleró en forma drástica y repentina el colapso del comunismo en Europa. El fin de las restricciones al movimiento de personas entre Alemania del este y del oeste asestó un golpe mortal a la sociedad cerrada de la Unión Soviética y fue un triunfo de las sociedades abiertas. Yo llevaba un decenio dedicado a mi filantropía política; mi mentor en la London School of Economics me enseñó que las ideologías totalitarias, proclamadas dueñas de la verdad última, solo podían prevalecer por medios represivos. En los 80 ayudé a disidentes en todo el imperio soviético, y en 1984 logré crear una fundación en mi Hungría natal, para dar apoyo financiero a actividades no emanadas del Estado monopartidista.

Alentar actividades extrapartidarias concientizaría a la gente sobre la falsedad del dogma oficial; y funcionó de maravillas. La fundación llegó a ser más fuerte que el Ministerio de Cultura. Las sociedades abiertas estaban en apogeo y la cooperación internacional era el credo dominante. Treinta años después, la situación cambió. La cooperación internacional ha tenido grandes obstáculos, y el nuevo credo dominante es el nacionalismo, ahora más poderoso y disruptivo que el internacionalismo.

Tras la caída de la URSS en 1991, Estados Unidos quedó como única superpotencia, pero no estuvo a la altura de las responsabilidades; se interesó más por cosechar los frutos de su victoria en la Guerra Fría, y omitió extender su ayuda a los países que habían integrado el bloque soviético, que padecían terribles penurias.

Entonces China inició su asombroso proceso de crecimiento económico, por su ingreso (con apoyo de EE.UU.) a la OMC e instituciones financieras internacionales; reemplazó a la Unión Soviética como rival potencial de EE.UU. El Consenso de Washington daba por sentado que los mercados financieros son capaces de corregir sus propios excesos, y que si no lo hicieran, los bancos centrales se encargarían de las instituciones fallidas, fusionándolas en otras más grandes. Creencia errónea, como demostró la crisis financiera global de 2007-08 que puso fin al dominio global indiscutido de EE. UU. y colaboró enormemente con el ascenso del nacionalismo. La protección que recibían de EE.UU. era indirecta y a veces insuficiente, y las dejó vulnerables a la amenaza del nacionalismo.

En todo el mundo las sociedades abiertas pasaron a la defensiva y sus perspectivas se ven agravadas por el desarrollo excepcionalmente veloz de la inteligencia artificial, capaz de crear instrumentos de control social que pueden ser útiles a los regímenes represivos y un riesgo mortal para las sociedades abiertas. Es inquietante que la población china encuentre atractivo este sistema (del crédito social que está creando), porque brinda servicios que antes no existían, frenaría la delincuencia, etc. China podría vender el sistema de crédito social en todo el mundo a dictadores en potencia que se volverían políticamente dependientes de Pekín.

Felizmente, la China de Xi depende del suministro estadounidense de microprocesadores que necesitan las empresas de 5G. Pero Trump ya mostró que sus intereses personales vienen antes que los nacionales, y el estándar 5G no es la excepción. Ambos gobernantes tienen problemas políticos internos, y Trump ha convertido a Huawei en moneda de cambio para las negociaciones comerciales con Xi. El final es impredecible, depende de un sinfín de decisiones que aún no se han tomado.

’El final es impredecible, depende de un sinfín de decisiones que todavía no se han tomado. En lo único que podemos confiar es en nuestras convicciones. Esa es la diferencia entre trabajar para una fundación y tratar de ganar dinero en la bolsa’.

George Soros. Presidente de Soros Fund Management y Open Society Foundations. Pionero de la industria de fondos de cobertura. Autor de The Alchemy of Finance, The New Paradigm for Financial Markets..., The Tragedy of the EU, y In Defense of Open Society.