Arma secreta de la democracia turca

El reciente golpe fallido en Turquía puso de manifiesto que el país sigue siendo vulnerable a intentos de toma del poder por la vía militar. Pero también reveló el surgimiento de un recurso muy potente que los vecinos de Turquía deberían tratar de cultivar: una clase media fuerte, con voluntad y capacidad de movilizarse contra amenazas extremistas. Queda por ver ahora, en el caso de Turquía, si el presidente Erdogan lo cultivará. En el caso de Medio Oriente en general, la cuestión es cómo crear una clase media capaz de salvaguardar la estabilidad. La salida a las calles de multitudes de ciudadanos a mitad de la noche, decididos a hacer retroceder a los golpistas, fue una muestra elocuente del poder de la acción colectiva, de un tipo que debería concitar la atención de cualquier líder político, particularmente de aquellos que buscan el desarrollo de sus países. El análisis del golpe, en general, se concentró en las rivalidades dentro de la élite turca y en los fallos de Erdogan (sin duda abundantes). Pero poco se dijo de los cambios estructurales en la política económica turca, que empoderaron a la clase media del país, base electoral del partido Justicia y Desarrollo (AKP) de Erdogan. Durante las dos últimas décadas, Turquía hizo notables avances económicos, pasando de ser el enfermo de Europa a una de las economías más dinámicas de la región y nuevo centro de gravedad del comercio de Medio Oriente. Un elemento crucial de esta transformación fue la inversión en infraestructura, el apoyo a las pymes, la expansión del comercio regional y el desarrollo del sector turístico. En consecuencia, el ingreso per cápita turco se triplicó en menos de una década, mientras su tasa de pobreza se redujo a menos de la mitad, según estimaciones del Banco Mundial. Esto generó un altísimo grado de movilidad económica para la mano de obra rural, los pequeños emprendedores y los trabajadores de menos ingresos de Turquía, lo que llevó a multitudes de personas de los márgenes de la sociedad al centro de la escena. Incluso la política exterior, en la medida de lo posible, se adecuó a los intereses económicos de la clase media en ascenso (aunque la intervención en Siria refleja un cambio de prioridades). Para la nueva clase media turca, la supervivencia de la democracia es esencial y sus miembros están dispuestos a luchar por ella. Sucumbir a la tentación de consolidar el poder en manos del presidente supondría limitar el sistema de controles y contrapesos, y restar espacio a la oposición política, lo cual debilitaría el sistema por el cual la clase media ha estado luchando. Además, el AKP debe poner fin al peligroso desmantelamiento del modelo turco de integración económica regional basado en la política de “cero problemas con los vecinos”. Nada de esto es bueno para la economía de la que depende la clase media (y con ella, el éxito electoral del AKP). Ahora que intenta concentrar más poderes en la Presidencia, Erdogan debe recordar las condiciones que llevaron al surgimiento y posterior caída del Imperio Otomano. Para evitar un destino similar, una democracia próspera e inclusiva es la única salida, un modelo que los países de Medio Oriente necesitan con urgencia.

Project Syndicate