El ancho cauce democratico

La democracia permite el flujo de amplias vertientes de doctrinas y planteamientos que deben ser encauzados para favorecer los intereses de todos y transformarlos en bienestar compartido. El logro de este propósito requiere el concurso de distintos sectores ciudadanos, sin distingos políticos, económicos o sociales, con exclusión de quienes por su sectarismo o antecedentes no están en condiciones de contribuir a una causa de tan justificado anhelo patriótico.

Esa tesis unificadora fue planteada por el expresidente Jaime Roldós, quien la denominó del “ancho cauce democrático”. Con su reconocido humanismo, buscaba convocar a los más capaces actores sociales para construir una patria más justa y vigorosa, con mayor participación ciudadana, creando condiciones y oportunidades para alcanzar mejor calidad de vida para toda la sociedad. Es pertinente recordar esta propuesta, al igual que la del Frente Democrático de 1956, por el deseo de diversos grupos de cambiar la situación que hoy vive el país. Eso exige deponer ambiciones, desprenderse de prejuicios o etiquetas, encontrar coincidencias en función de objetivos nacionales, comprender que es una postura distinta y distante de pactos de “toma y daca”; el denominador común debe ser la vocación de servicio al país. Los valores del ser humano no tienen colores políticos, pero sí comportamientos que evidencian la forma de ser y de pensar. Por eso, para que la unidad sea convocante no puede partir de candidatos; debe definir una agenda concertada, que incorpore el control de la corrupción, que indague -sin revanchismos- si la obra pública ha sido ejecutada sin sobreprecios, restablecer una Función Judicial independiente, diseñar mecanismos de renegociación de la abultada deuda interna y externa, impulsar la creación de fuentes de trabajo, garantizar el goce de los derechos humanos -incluyendo la derogatoria o reforma de la Ley de Comunicación-, fortalecer la institucionalidad, profundizar la desconcentración del poder político y la descentralización administrativa, y desmontar la normativa que apuntala un Estado absolutista, que todo lo decide y hace. Hemos vivido históricamente con la frase “último día del despotismo y primero de lo mismo”. Hay que sepultarla.

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