America dada al diablo ( )

Uso signos de interrogación entre paréntesis pues no recuerdo cuántas veces he utilizado, a lo largo de estos 25 años, el título que me gusta prestarle a Benjamín Carrión, el de su: América dada al diablo, obra póstuma aparecida en 1981.

¿Cuánto más ya nos hubiese entregado el prolífico lojano, reflexionando sobre los sucesos actuales de la Patria Grande?

Aunque sé que mis palabras no van a contribuir a cambiar mucho de todo lo que, y aceleradamente, debería modificarse en el comportamiento de nuestra, así llamada, clase dirigente, me permito intentando avergonzar, y avergonzarnos también, reseñar algunos de los más protuberantes tumores malignos que nos amenazan.

Comenzando por el mayormente grave, el de las restricciones de todo tipo a las libertades, cabe destacar que el mal ha hecho metástasis. Todos nuestros pueblos están bajo amenazas de diverso género a la libertad de expresión. Ni hablar respecto al ejercicio del derecho a la protesta. Mueren, todas las semanas, algunos de nuestros periodistas más valientes, desde México hasta la Patagonia, y ni México ni la Patagonia son una metáfora de lo que sucede, incluyendo todo lo que queda en medio.

¿Por qué los matan? Por pretender extirpar otro de los tumores: el de la corrupción, que ha llegado a tal nivel que parece normal. Se ha salido de las “justas proporciones” a que aspiraba un gobernante colombiano. Se ha desbordado. Las cifras de robos (comisiones) se calculan en millones de dólares. El “construya compadre, construya”, atribuido a Don Eloy, ahora actúa por propia iniciativa sin que importe la necesidad de la obra: aeropuertos, colegios, hospitales, carreteras, todo vale; vale más de lo que debería y dura menos de lo que normalmente se espera. Como nadie fiscaliza, la impunidad sacraliza la corrupción, institucionaliza la coima. En ese clima se hacen visibles otros grandes tumores: el autoritarismo y la inseguridad. Ambos se alimentan con peligrosos venenos: el miedo y la comodidad. El miedo emascula y lleva a la comodidad.

Ambos, miedo y comodidad, enferman el alma de los pueblos y eso es grave, muy grave.

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