Acuerdo en Medio Oriente

la victoria de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense dejó al mundo boquiabierto, y muchos se sienten preocupados por lo que su liderazgo pueda traer. Pero para los desesperados palestinos, la inminente presidencia de Trump parece ofrecer un ligero motivo de esperanza.

Trump concitó el apoyo de votantes enojados y frustrados, y los palestinos se sienten aún más furiosos y desesperados que los estadounidenses blancos de clase trabajadora que lo apoyaron. Pero la principal razón de las esperanzas de los palestinos es la misma que explica el temor de los aliados de Estados Unidos: Trump es un outsider de la política y tiene pocos vínculos con la tradición de política exterior estadounidense o los grupos de intereses que le dieron forma.

Con tan poco bagaje político e ideológico, Trump no está obligado a sostener ninguna posición en particular en la mayoría de los temas de política interna o externa. Esto sugiere que podría derribar convenciones que a menudo han sido perjudiciales para Palestina y cambiar las reglas de juego. En su discurso de victoria, prometió que su gobierno va a “tratar justamente a todos. A todas las personas, y a todas las naciones”. La idea de una política exterior estadounidense justa suena muy atractiva, y no sólo para actores frustrados como Palestina. Pero en cierto sentido, la política exterior es fundamentalmente injusta, ya que los líderes nacionales deben anteponer siempre su propio país a los demás, una realidad que Trump también destacó en el discurso. Tal vez él no esté particularmente supeditado a grupos de intereses especiales ahora; pero hasta el presidente Barack Obama, que ascendió al poder como un outsider opuesto a esa clase de grupos, cayó bajo su influencia poco después de asumir el cargo.

Ahora mismo es imposible saber qué medidas tomará un novato de la política como Trump (sobre todo porque es imposible saber qué o quiénes ejercerán influencia sobre él). Por el momento, no le debe nada al Comité de Asuntos Públicos Israelí-Estadounidense (Aipac). Pero uno de los pocos multimillonarios que lo apoyó es Sheldon Adelson, un magnate del juego y megadonante republicano que hace tiempo promueve la agenda de los partidos israelíes de derecha. Aun si Trump puede sustraerse a las influencias que tradicionalmente han definido la política estadounidense, eso no bastaría para producir una posición justa en relación con el conflicto entre Israel y Palestina. Para eso, también tendría que revertir o modificar muchas viejas políticas de Estados Unidos, comenzando por la aceptación de la ocupación permanente israelí de territorio palestino, que ya lleva casi medio siglo.

Una política estadounidense justa también debería rechazar el robo de tierras por parte de Israel y oponerse a la existencia de un régimen con características de apartheid, por el que una minoría de colonos ilegales vive bajo la ley civil mientras la mayoría vive bajo la ley militar. ¿Podemos esperar de Trump ese nivel de justicia? No es probable. De hecho, los israelíes parecen estar igualmente esperanzados de que la presidencia de Trump incline la balanza todavía más a su favor. El ministro de educación de Israel, el derechista Naftali Bennett, dijo que la victoria de Trump es una oportunidad para que Israel “se retracte de la idea de tener un estado palestino en el medio del país”. Claro que la alternativa a Trump (la candidata demócrata Hillary Clinton) tal vez no hubiera sido mucho mejor para los palestinos. Hubiera mantenido la política bifronte de EE. UU. de actuar como mediador de paz y al mismo tiempo ofrecer apoyo sustancial a una de las partes, Israel.

Pero que nadie se haga ilusiones de que Trump será un árbitro de la justicia, mucho menos un pacificador, en el conflicto entre Israel y Palestina. El antagonismo y la impulsividad son su modus operandi, y se pasó toda la campaña incitando al odio contra los musulmanes. Es probable que siga por la misma senda y alimente la islamofobia en Estados Unidos.

Project Syndicate